domingo, 27 de abril de 2014

La Magia: Las fórmulas mágicas


Actualmente, somos conscientes de que las fórmulas mágicas y encantamientos -es decir, las palabras pronunciadas, murmuradas o cantadas por el hechicero, mago, adivino, chamán o brujo en tiempos pasados, con el fin de invocar un espíritu de la naturaleza, una divinidad o unas fuerzas misteriosas que podían actuar y obrar en lo que hoy en día llamamos mundo físico y material- provocan una sonrisa. Aún más cuando, casi siempre, se nos presentan dentro del contexto de un complejo ceremonial que nos parece anticuado o sin ningún fundamento.
La gente que cree en ellos y los que se dedican a este tipo de rituales, nos parecen fuera del tiempo y poco dignos de confianza. Los exorcistas y curanderos todavía nos merecen un poco de crédito, especialmente cuando la medicina moderna no puede curar, ni tan solo aliviar una persona que padece una grave enfermedad incurable o males que, a pesar de todas las tentativas, han quedado sin remedio. Y sucede a menudo que algunas intervenciones que se inspiran en la magia de nuestros antepasados producen lo que todavía llamamos milagros. Pero nadie puede demostrar si son debidos a los rituales y encantamientos utilizados desde hace milenios, a la personalidad del hechicero o curandero, a la convicción íntima, casi siempre inconsciente, del enfermo por querer curarse por sus propios medios, sin recurrir a la medicina contemporánea, o a otros factores que todavía no sabemos o no queremos comprender actualmente porque no entran en nuestro campo de investigaciones e indagaciones.

LA TEORÍA DEL CAOS

Sin embargo, señalemos que, inspirándose en los principios de la teoría del Caos, recientemente unos matemáticos han establecido unos cálculos que permiten "prever" y, consecuentemente, anticipar las crisis de una persona que padece epilepsia.
No existe, evidentemente, magia alguna en este sistema, puesto que los matemáticos utilizan números para demostrar realmente que aunque los sistemas dinámicos caóticos son deterministas, es decir, sometidos a causas que producen inevitablemente los mismos efectos, no por ello son necesariamente previsibles.
Aquí reside una de las grandes paradojas a las que se ha visto enfrentada la ciencia en nuestros días: ¿cómo puede determinarse una cosa, su fenómeno, su causa y su resultado conocido de antemano, para finalmente revelarse imprevisible, al menos desde un punto de vista científico? Es, pues, gracias a esta paradoja, cuyo principio ha sido demostrado matemáticamente, por lo que algunos científicos -que no tienen la vanidad de creer que la ciencia ostenta todas las claves de los misterios de la vida y de la realidad, y siguen incansablemente sus investigaciones- hoy en día se plantean nuevas perspectivas que, hasta entonces, estaban relegadas a un universo irracional, olvidado, dejado de lado u oculto, porque no se someten a nuestros mismos instrumentos de medición.

LOS NÚMEROS Y LA MAGIA

Ahora bien, en magia, los números desempeñan un papel muy importante, aunque no tengan forzosamente el aspecto de números, sino de símbolos. Por supuesto, en este caso no debemos concebir el número como la representación de una cantidad, sino como un valor numérico absoluto, formando un todo en sí mismo, al que no se le puede sumar ni restar nada. Cada número o Número, es único. Contiene cierta cantidad de cualidades, elementos y factores propios de él y actúa, interviene y también se manifiesta, de forma exclusiva.
El hechicero estaba iniciado, evidentemente, en los poderes de los Números sobre la realidad física y material. Por ello, las fórmulas y encantamientos que pronunciaba y los símbolos geométricos que empleaba, tenían el valor de Números.
Este principio sobre el que se basa la concepción de todos los encantamientos queda perfectamente ilustrado en el lenguaje codificado del alfabeto hebreo, cuyas 22 letras también son Números que, juntos, constituyen el código secreto y sagrado de la cábala, que permite al cabalista efectuar otra lectura de la Biblia. Según este código, al corresponderse cada letra con un Número y al estar formado un nombre por varias letras, un nombre es, pues, un conjunto de Números que -igual que varias notas juntas para producir un acorde en cuyo interior, sin embargo, cada nota conserva su valor intacto- engendra una vibración especial que corresponde exactamente a un gran principio, a una fuerza de la naturaleza.

ABRACADABRA

Para que entendamos bien cómo funciona un encantamiento cuando se pronuncia en el momento oportuno, dentro del contexto ideal y de forma adecuada, tomemos el ejemplo del encantamiento más utilizado en los cuentos de hadas, y que el hada o la bruja, según el caso, pronuncia para producir o deshacer un encantamiento: "abracadabra". Este encantamiento tan antiguo se inspira en el griego. Pero éste, a su vez, salió del hebreo, de manera que está relacionado con las letras-número de la cábala.
En un principio, en hebreo, era arba dak, y significaba literlamente "el cuatro parte" (arba= cuatro y dak=partir).
En realidad, el cuatro que se invocaba en este caso no era otro que el Cuatro, el Número sagrado o criptograma que simbolizaba Yahvé o el Todopoderoso. Y lo que "partía" simplemente eran los cuatro elementos: el Fuego, la Tierra, el Aire y el Agua.
En otros términos, abracadabra -encantamiento, del cual los cabalistas de la Edad Media dijeron que significaba también "padre, espíritu y palabra" (ab ruah dahar), es decir, "la palabra del espíritu del padre"- invoca las fuerzas naturales simbolizadas por el Número Cuatro, que disuelven los cuatro  elementos que rigen la vida sobre la Tierra, sin los cuales el hombre no podría vivir, para que vuelvan a encontrar su armonía original; puesto que este encantamiento, efectivamente, se empleaba exclusivamente con fines terapéuticos. Tenía como objetivo curar al enfermo actuando sobre los cuatro elementos, de los que éste se constituye.



domingo, 20 de abril de 2014

La Magia: Los rituales mágicos


El arte de la magia no se efectuaba sin reglas ni leyes y el mago debía atenerse a ellas al pie de la letra.

Si bien durante toda la Edad Media, en Europa, circularon muchos libros mágicos, muy excepcionales, solamente nos quedan de ellos algunas fórmulas que han conseguido superar el paso de los siglos y sobrevivir a las llamas de la Inquisición. A menudo escritos en dialectos hoy en día desaparecidos, a veces mezclados con latín vulgar, no nos dan ninguna indicación concreta, por una parte, sobre la iniciación, sin duda agotadora, por la que debía pasar el mago y, por otra parte, sobre los rituales que hacían para efectuar actos mágicos.

Sólo nos queda la magia, tal como la entendemos hoy, la cual encierra bastantes creencias y costumbres ancestrales, a algunas de las cuales les costó mucho resistir al imperialismo del cristianismo que reinaba en Europa entre los siglos IV y VI de nuestra era, implantado poco a poco por la fuerza, como la historia nos muestra actualmente, para apoderarse del dominio del Imperio y del poder romanos.

LAS CREENCIAS Y COSTUMBRES DE LOS RITUALES MÁGICOS

Si hablamos de creencias y costumbres es porque, en un principio, efectivamente, los rituales tan estrictos a los que se sometían los hechiceros para realizar sus actos mágicos, invocar las grandes fuerzas de la naturaleza y utilizarlas para fines salvadores o destructores, se basaban en sólidas convicciones, costumbres y hábitos de carácter sagrado.
Así es como nuestros antepasados mostraron, desde muy pronto, el mayor respeto por los beneficios que les proporcionaba la gran Madre Naturaleza, al tiempo que eran conscientes de que también podía mostrarse feroz. De manera que, el simple hecho de recoger un fruto en el mismo lugar, en la misma época, cada año, para ellos tenía un carácter sagrado y estaba, pues, impregnado de magia. Por eso, todos los actos que relacionaban al hombre con la naturaleza, su medio natural, su cuna y su tumba, fueron pronto asimilados y luego integrados a los ritos y, por último, no podían cumplirse sin una ceremonia ritual. En efecto, estos actos no podían ser gratuitos, desde el momento en que la naturaleza y sus divinidades ofrecían sus favores.
Después, poco a poco, por una parte la ceremonia ritual que precedía el acto, y las coincidencias que a menudo se producían entre algunos fenómenos terrestres y celestes, y, por otra parte, las circunstancias humanas, hicieron creer a nuestros antepasados que algunos de sus rituales podían ser la causa de estos fenómenos y coincidencias, que luego tomaron un carácter mágico.
Este procedimiento es totalmente parecido al del hombre de laboratorio actual que, mezclando algunos ingredientes o productos químicos, intenta obtener artificialmente una fórmula. Así, los hombres han acabado por descubrir que eran tan capaces de actuar sobre los fenómenos naturales, de influenciarlos o intervenir en ellos, que podían, a su vez, sacar provecho de ellos. Por ello, no es un error creer que la experiencia del fuego y la de la plantación de semillas, por ejemplo, fueron originalmente rituales mágicos, suponiendo de esta forma los primeros pasos del hombre hacia la creencia moderna, que, después de todo, también tiene todavía sus rituales y sus dogmas.
De modo que, en tiempos pasados, el mago iniciado en el arte y la ciencia mágica podía sorprender e impresionar a través de los prodigios que era capaz de realizar, al igual que actualmente, los científicos parecen hacer milagros empleando procedimientos resultantes de largas investigaciones, y serios y escrupulosos estudios, que les permiten conseguir seguramente los mismos resultados. Pero tanto en un caso como en el otro, estamos ante un principio idéntico, que consiste en creer que las mismas causas deben producir los mismos efectos.

LAS CONDICIONES ESPECIALES DE LAS CEREMONIAS MÁGICAS

Es muy difícil describir las fuerzas que utiliza la magia. Podemos llamarlas energías cósmicas, ondas, vibraciones naturales, que o bien son provocadas, o bien utilizadas mediante unas reglas y unas leyes precisas, universales e inviolables, a las que el mago se somete y que aplica al pie de la letra, según una experimentación y una tradición seculares. La mayoría de las veces, lo que se define como como energías cósmicas tenían nombres distintos equiparables a los de las divinidades, cada una de las cuales abarcaba un papel y un poder específicos.
Por ello, el acto mágico era sagrado. Implicaba efectuar todo un ceremonial, cumplir proezas, a veces danzas y movimientos particulares y adecuados, pronunciar encantamientos e invocaciones, cuyos nombres, palabras y frases tenían un valor más vibratorio que significativo, todo ello en un marco bien definido y a veces incluso ayudado por las circunstancias y en condiciones meteorológicas y astronómicas escogidas con sumo cuidado. En otros términos, para que el acto mágico pudiera producirse de forma eficaz, debían coincidir imperativa y escrupulosamente cierto número de factores. Si se olvidaba una etapa o si faltaba un elemento, si una palabra o nombre se pronunciaban mal, o el momento era mal escogido, entonces el acto mágico no salía bien.
No está mal recordar que todos los rituales religiosos antiguos y contemporáneos se basan en los mismos criterios, lo que prueba que todas las creencias religiosas se inspiraron en las ceremonias mágicas.


miércoles, 9 de abril de 2014

La Magia: Historia y orígenes


Actualmente, la magia se reduce a los juegos de manos del prestidigitador. Cuando hablamos de un juego de manos, o de un truco, solemos decir que "hacemos un juego de magia". Al comparar esta interpretación actual de la magia con la que se hacían de ella nuestros antepasados, tan distinta, nos enfrentamos a un problema muy complejo: ¿dónde empieza y dónde acaba la realidad? ¿Cuál es la verdad: lo que vemos o lo que es?
Sin embargo, paradójicamente, en un mundo donde deberíamos estar planteándonos estas preguntas con más fuerza y agudeza que nunca, resulta que ya casi no nos las plateamos. Al habernos liberado de muchos dogmas, la mayoría de los cuales se basaban en puras imaginaciones de la mente o teorías confusas, o bien tan fuera de su contexto y utilidad primera, que no tenían ningún sentido ni razón de ser, hemos establecido otros dogmas, todavía más rígidos, si nos paramos a pensarlo bien, en tanto en cuanto se basan en criterios ineludibles. Hablamos de aquellos que han sido establecidos por los instrumentos y medidas de los científicos, que les permiten observar los fenómenos concretos de la naturaleza, verificar sus manifestaciones, explotarlas, y a veces incluso reproducirlas artificialmente, con fines prácticos.
De tal modo, actualmente nadie pone en duda el hecho de que nuestra visión del mundo dependa de instrumentos de medida, todos ellos creados por el hombre, sin duda alguna con espíritu innovador, pero que nos llevan hacia sus propias visiones e interpretación del mundo. Podríamos objetar que cada vez que una idea, concepto o creación implica la admiración casi universal, seguramente corresponde a una realidad profunda y común a todos, que va más allá de lo que representa. Es cierto. Pero ello no significa que no sea fruto de una ilusión colectiva, que no derive de un mismo fantasma o de una misma voluntad inconsciente y común de ver lo mismo, desde el mismo punto de vista y en el mismo momento.

MAGIA, MAGOS Y HECHICEROS

De manera que, en adelante, todo lo que no se pueda medir, comprobar o reproducir será relegado al polvoriento universo de lo sobrenatural e irracional. Ahora bien, este rechazo puro y simple, y podríamos decir maniático, seguramente ha olvidado el hecho de que sin la magia, tal como nuestros antepasados la practicaron, la ciencia de hoy, es decir, la ciencia moderna, en todos sus ámbitos de investigaciones, búsquedas, estudios y experimentos, no sería lo que es.
Puesto que es de la magia, ciencia de nuestros antepasados, de donde ha salido su inspiración y su visión del mundo y de la realidad. En toda la Antigüedad hubo magos. Y, como en todas las épocas, al igual que sucede actualmente con nuestros médicos y eruditos, algunos de ellos fueron seres excepcionales, maravillosos, provistos de dones y cualidades humanas extraordinarias, y otros fueron menos competentes, puros charlatanes o usureros movidos únicamente por sus ambiciones personales. El hombre es así; por tanto, no es la función que lleva a cabo la que se pone en duda.
Así, pues, en la Antigüedad, el hechicero tenía casi siempre el papel de curandero y adivino. Su saber se basaba en una atenta observación de la naturaleza y sus fenómenos en una voluntad de dominarla o dominarlos. Pero, evidentemente, el hecho de ser capaz de curar los males de los demás utilizando pociones o fórmulas mágicas, y de prever el futuro con idénticos procedimientos, le concedía un poder especial, porque se le temía, poder del cual algunos hechiceros se aprovecharon.
Hoy en día, respecto a este tema nada ha cambiado. Existen los mismos abusos de poder por parte de los que saben hacia los ignorantes. Escasean aquellos hombres que, tras haber adquirido ciertos conocimientos y ciencia, no sólo ponen sus experimentos al servicio del prójimo, sino que transmiten sus conocimientos de forma natural, haciéndolos accesibles y comprensibles. Debe decirse también que la curiosidad, de la cual se dice erróneamente que es un feo defecto, se pierde. La mayoría de las veces nos contentamos con creer lo que se nos dice. Y, lo que aún es más, hay tantas informaciones que se revelan, se transmiten y se difunden a diario por todo el planeta, que ya no nos tomamos el tiempo de comprobar su certeza, e inhiben y ahogan nuestra curiosidad, así como nuestra imaginación.
Se puede afirmar, pues, que actualmente para nosotros, habitantes de la Tierra, la magia ya no entra dentro de los fenómenos de la naturaleza, ni dentro de nuestra capacidad para comprenderlos y aprovecharlos, sino en esas redes de comunicación, como son la radio, la televisión, la telefonía y, ahora, Internet que, aunque permiten relacionarnos estando geográficamente muy lejos unos de otros, nos hacen perder cualquier contacto directo y físico con la naturaleza y la realidad y, al hacerlo, nos aíslan.
¿Debemos por ello estar anclados en el pasado y lamentar aquellos tiempos tan lejanos en que permanecíamos en contacto directo con la naturaleza y en que practicábamos la magia? No. Nunca hay que volver atrás. En cambio, haríamos bien en inspirarnos en las experiencias y los conocimientos de nuestros antepasados, antes que rechazarlos en bloque bajo el pretexto de que nuestra visión del mundo a cambiado.

LA EXPERIENCIA MÁGICA

El hechicero no sabía qué fuerzas se revelaban o manifestaban cuando practicaba algunos ritos y pronunciaba algunas fórmulas mágicas, pero hacía uso de ellas con respeto, humildad y precaución. El temible hechicero de las producciones hollywoodienses, que ejercía un poder maléfico, era en la realidad prácticamente inexistente y absolutamente rarísimo.
En efecto, en todas las civilizaciones de la Antigüedad, y aun remontándonos todavía más lejos en el tiempo, observaremos que el hechicero se hallaba sometido a rituales de iniciación muy fuertes, algunos de los cuales podían ser mortales. Por eso, salir victorioso era ya una experiencia mágica.


miércoles, 2 de abril de 2014

La Cábala. Ciencia iniciática y experiencia espiritual


Antes de descubrir el camino recorrido por la cábala, desde Babilonia hasta nuestros días, debemos comprender la experiencia que nos invita a vivir.

Babilonia, tan criticada, desprestigiada y caída en el olvido durante tantos siglos, y actualmente vuelta a descubrir por los astrólogos, filólogos e historiadores contemporáneos, fue la cuna de nuestra cultura y su lengua se mezcla con raíces de la lengua akkadia, aramea y hebrea, que en aquel momento pasaban del estadio oral al escrito.

LA CÁBALA, UNA CIENCIA INICIÁTICA

Pero, mientras en el siglo VI antes de nuestra era se dio la aparición de 5 profetas o visionarios que revolucionaron el pensamiento religioso, filosófico, así como las costumbres y la vida social de los hombres y las mujeres de todos los rincones del mundo, en Babilonia, los caldeos, que eran sacerdotes, magos, matemáticos, astrónomos y astrólogos, entre otras cosas, crearon una auténtica ciencia iniciática. Precisemos que los caldeos no eran todos judíos, ni mucho menos, puesto que toda la región que cubría la antigua civilización mesopotámica fue una constante mezcla de pueblos y culturas, empezando por la mezcla nacida de la llegada de los apkallu sumerios, que se supone que surgieron del mar, y su encuentro con los semitas, autóctonos del antiguo Oriente Medio. Esta ciencia iniciática ejercería, y todavía lo hace, una influencia preponderante sobre la mentalidad, las costumbres y las creencias de cualquier civilización llamada judeocristiana. Extrapolando y aventurando un imaginario salto hacia delante en el tiempo y en la historia, que nos trae a nuestra época, veremos que todavía no hemos asimilado, integrado y comprendido las lecciones vitales que transmite y contiene esa ciencia iniciática. Y, en cierta forma, se puede decir que quienes la crearon, en una época en que los hombres empezaban su penoso recorrido que les conduciría a sacar provecho del mundo en que vivimos actualmente de forma metódica, racional y científica, pero con una cruel falta de perspectiva a largo plazo y una ausencia de visión sintética, habían previsto o presentido que se necesitaría mucho tiempo para que su ciencia iniciática se volviera accesible.

EL FUTURO Y EL DEVENIR SEGÚN LA CÁBALA

Sin embargo, al contrario de lo que algunos, que se las ingenian para mantener el misterio en su propio provecho, quieren hacernos creer, no sólo el código de la cábala no es ajeno a nuestra cultura, sino que tampoco es incomprensible. Simplemente induce a una gimnasia del espíritu que, por desgracia, actualmente ya no practicamos, y también recurre a la lógica y a la paradoja, a principios aparentemente inmutables que, sin embargo, se regeneran, se transforman y cambian permanentemente, y que se basan en cualidades y aspiraciones humanas: la curiosidad, la generosidad, el conocimiento, la comunión, la realización de uno mismo y la Unificación. Por eso, hay que poner en guardia contra todos aquellos que quisieran hacer creer que gracias al código de la cábala, que en efecto favorece una lectura diferente de la Biblia -pero no solamente de la Biblia-, en el cual se mezclan hechos históricos, mitos, leyendas, creencias y datos esenciales para la realización del ser humano, se puede traducir del Libro de los Libros y obtener así textos que predicen el futuro ineluctable de la humanidad. En efecto, para el ser humano, dicho fatalismo excluye cualquier posibilidad de poder ejercer su libre albedrío. Si nuestro futuro ya fue percibido, establecido o escrito por nuestros antepasados, ¿para qué actuar, crear o vivir, ya que todo lo que debe ocurrir, se produce de forma fatal? La predestinación, vista desde este ángulo, no existe.
Éste es el matiz que se establece hoy entre el futuro y el devenir. El futuro está en relación con el destino, es decir, el contexto en el cual el ser humano nace, crece, vive y con las circunstancias con que se encontrará. Este contexto, evidentemente, preexiste antes que él, y existirá también después de él, de una forma u otra. Pero es libre de actuar según su voluntad, deseos, motivaciones y, en un grado más elevado, según su conciencia y espíritu. Puede convertirse en dueño de su destino y, por consiguiente, de su futuro. Éste es el sentido del futuro.

LA CÁBALA, UNA EXPERIENCIA ESPIRITUAL INDIVIDUAL

Por eso, la práctica de la cábala, tal como fue creada, es ante todo una experiencia espiritual. Afecta al individuo más que a la comunidad. Y si a partir de este principio, y por ayudar a aquellos que desean acceder a ella, se han elaborado, y más tarde instituido, unas reglas de conducta moral y social, y luego jurídicas, cuyas fuentes de inspiración las encontramos en el Talmud (término hebreo que significa estudio o enseñanza y que es una vasta compilación de códigos, enseñanzas e interpretaciones de la Torah o código escrito del judaísmo, que se adaptan a cualquier circunstancia de la vida), fue únicamente con el fin de preservar y aprovechar las enseñanzas de experiencias humanas individuales, anteriores y ejemplares, que pueden ser útiles a las comunidades actuales y futuras, y favorecer la realización del ser humano.
Por eso, todas las doctrinas religiosas o ideológicas fanáticas que a veces apartan estas reglas y leyes de su objetivo inicial, para servir a la causa del poder o de la servidumbre física y moral de los individuos, pueden considerarse fuera de la "Ley". En efecto, los principios enunciados por los textos interpretados según el código de la cábala animan a la benevolencia, a la generosidad, al espíritu de tolerancia, al diálogo sistemático, a la constante puesta en duda de las propias convicciones a la luz de hechos y circunstancias de la propia vida, pero también de sus actos, y a lo que los cabalistas llaman la Unificación. Por eso, el Sello de Salomón o la cruz de David son símbolos unificadores. El zodiaco también es uno de ellos y también los hexagramas del I Ching.
Ahora bien, el símbolo unificador tiende a conciliar todo lo que, a priori, parece irreconciliable, a juntar los contrarios y a unir los opuestos. La experiencia vital que la cábala nos invita a tener consiste en realizar esta unificación en uno mismo, es decir, en el ser humano, el medio de descubrir y aprovechar una energía psíquica poderosa y creadora, favoreciendo su crecimiento espiritual y la elevación de su espíritu.