miércoles, 31 de marzo de 2021

El espiritismo

 

El espiritismo es una disciplina y una doctrina basada en el principio del arte de los médiums, elaborada por Léon Denizard Rivail, verdadero nombre de Allan Kardec, que a su vez se basa en dos postulados: la inmortalidad del alma y la comunicación entre muertos y vivos.

En 1857, Allan Kardec publicaba El libro de los espíritus, que tuvo una gran y profunda resonancia. Esta obra contó con partidarios incondicionales, como Charles Baudelaire y Camille Flammarion -así como Napoleón III, que recibió al autor varias veces en el palacio imperial-, y opositores encarnizados, como el erudito Pierre Larousse y el cardenal obispo de Barcelona, quien, en 1864, solicitó que la Sagrada Congregación del Índice de libros prohibidos por el Vaticano condenara todas las obras publicadas por el fundador de la doctrina espiritista. Como se ve, en el siglo XIX, abordar el tema de la pervivencia del alma y de la comunicación con los espíritus conllevaba la provocación y el tabú y desencadenaba pasiones. Sin embargo, la hostilidad de los racionalistas y los católicos no pudo detener el éxito popular, que iba en aumento, de la obra de Allan Kardec, el cual era no en vano pedagogo y que, por otro lado, escribió obras prácticas dedicadas a la enseñanza de la aritmética y de la gramática, poniéndolas al alcance de todo el mundo.

Kardec fue autor de dos obras completas y detalladas, un verdadero método para el uso de quienes creían en la inmortalidad del alma y deseaban entrar en contacto con los espíritus.

EL ESPIRITISMO, UNA FILOSOFÍA ESPIRITUALISTA

Las dos obras de Allan Lardec, El libro de los espíritus y El libro de los médiums, escritos en forma de pregunta-respuesta, no hacen referencia a ninguna doctrina religiosa concreta. Sin embargo, están impregnadas de una creencia inquebrantable en el más allá y en la reencarnación, así como en la existencia de una fuerza divina superior y una fuerza divina superior y una voluntad intrínseca -y, podríamos decir, instintiva- del alma de elevarse hasta ella.

Por eso, Allan Kardec subraya una progresión constante del alma durante sucesivas reencarnaciones y, también, la existencia de una certera solidaridad entre las almas encarnadas y desencarnadas.

Así pues, según él, debemos entrenarnos para que los espíritus de los difuntos y de los vivos en la Tierra se comuniquen a veces entre ellos.

Sin embargo, sus obras están llenas de alertas. Siempre según él, tanto si están en este mundo como en otro, las simpatías y antipatías entre ellas subsisten. Asimismo, los espíritus no son especialmente buenos por naturaleza.

Algunos de ellos pueden revelarse, sino despreciables, al menos malsanos, maquiavélicos o enfermos.

Allan Kardec da consejos prácticos para entrar en comunicación con los espíritus, pero insiste en las precauciones que hay que tomar para no dejarse engañar, desorientar, manipular, ilusionar por espíritus traidores o por visitas del propio espíritu. Al hacerlo, denunciaba a todos los curanderos e ilusionistas que campaban en su tiempo en ese terreno y, evidentemente, siguieron campando después de él.

Leyendo estos dos libros, se tiene el sentimiento de que la comunicación entre los espíritus no se puede establecer sin una preparación psicológica y moral que parece pertenecer al ámbito de la iniciación espiritual.

Allan Kardec definía espiritismo como una filosofía espiritualista.

Precisemos que su obra y su acción, mientras él vivió, nunca adquirieron un carácter sectario.

Allan Kardec

No tenían como objetivo reunir hombres y mujeres totalmente convencidos, los cuales, en su vida social, no encontraban las referencias, los apoyos y las aclaraciones necesarias para vivir y evolucionar, para formar un grupo, un clan o secta como sucede hoy en día.

Todo lo contrario, de la filosofía espiritista de Allan Kardec se desprende una apertura de espíritu, una tolerancia, una benevolencia que anula todas las barreras mentales o ideológicas que, casi siempre, además de volverles egoístas , dirigen a los hombres unos en contra de otros.

RESUMEN DE LOS PRINCIPIOS DE LA FILOSOFÍA ESPIRITISTA DE ALLAN KARDEC

El alma existe. Incluso preexiste. Es el principio primordial, origen de la vida. Sin ella, pues, la vida no existiría. El cuerpo solo es el envoltorio que toma prestado para manifestarse. Mientras que la vida  corporal o carnal cambia con la edad y muere, el alma nunca muere. El alma subsiste. Retoma su forma original. Pero conserva los frutos de las experiencias vividas durante su encarnación a través del pensamiento y se transforma.

El destino del alma es convertirse en Espíritu puro. Antes de alcanzar este grado de evolución, a medida que sus encarnaciones terrestres van teniendo lugar, adquiere, evidentemente, aptitudes, conocimientos y experiencias. El alma puede, entonces, compararse con la corteza de un árbol o con la corteza terrestre, que se constituyen de diferentes capas, cada una de ellas correspondiente a un período de la vida del árbol o de la Tierra. Por eso, ya no se trata de un alma, sino de varias almas. Juntas constituyen un Espíritu. Los sufrimientos y las adversidades del Espíritu. Los sufrimientos y las adversidades del Espíritu, así como sus alegrías y su felicidad, son generados exclusivamente por él. Él es su propio juez. Ningún Espíritu puede juzgar o condenar a otro. Ni siquiera se le ocurre. De ahí que cada Espíritu posee todos los remedios para sus males.


El mundo de los Espíritus procedentes de las almas desencarnadas o desincorporadas se imbrica con el nuestro. Forma parte  del nuestro, así como el nuestro forma parte del suyo. Sin embargo, puesto que los Espíritus son producto de las almas de los hombres, no son más que lo que nosotros somos. Experimentan las mismas alegrías y las mismas penas. Viven lo que nosotros vivimos. Incluso tienen las mismas aspiraciones que nosotros, son felices o desgraciados como nosotros.

Y, al igual que nosotros, pueden ser solidarios o indiferentes. Existen varios grados de evolución en el mundo de los Espíritus al igual que en la vida humana.

Por último, para comprender los fenómenos y los principios que rigen el mundo de los Espíritus, basta con saber que proceden de los que gobiernan los ciclos y las leyes de la naturaleza sobre la Tierra.

Para descubrir más detalladamente la obra de Allan Kardec, se puede leer el Libro de los espíritus y el Libro de los médiums, en cualquiera de sus ediciones.


miércoles, 24 de marzo de 2021

La vida después de la muerte o la postvida

 

¿Tenemos una o varias vidas? ¿Estamos destinados a nacer, morir y renacer? ¿De dónde proceden las creencias en vidas anteriores?

"Cuanto más envejezco, más creo en la inmortalidad, porque cuanto más viejo soy, más preparado estoy para vivir", decía el filósofo americano William James (1842-1910) al final de su existencia. Las creencias en la inmortalidad del alma, en posibles vidas anteriores y probables reencarnaciones, sostienen la existencia de un más allá y una vida diferente, en otro plano, después que un ser ha dado su último respiro. Ahora bien, esta hipótesis de una vida después de la muerte -que los especialistas llaman hoy "postvida"- apunta algunas cuestiones previas, a las cuales todos deberíamos estar en condiciones de responder, sobre el alma y la conciencia, a ser posible haciendo abstracción de las creencias e ideas respecto a este tema. En efecto, ocurre muy a menudo que los adeptos e incondicionales de la inmortalidad del alma, su liberación y paso garantizado a la postvida, fascinados o cegados por la perspectiva de no morirse, se olvidan de interrogarse sobre su propia actitud frente a la muerte.

¿QUÉ ES LA MUERTE?

Si no una fatalidad, es al menos la fase que nos espera a todos y de la que nadie se escapa.

"Entramos, gritamos: es la vida. Gritamos, salimos: es la muerte", dice un adagio de la Edad Media. Lo queramos o no, la muerte forma parte de la vida. Los sueños de inmortalidad siempre han estado muy presentes en el hombre; por tal razón siempre ha hecho o ha visto a sus dioses como inmortales. Sin embargo, nunca se ha formado una imagen de ella muy gratificante o idílica, como si no hubiera sido humanamente accesible y factible. Pronto tuvo el presentimiento de que no se podía pensar en la inmortalidad sin la alteración ni transformación de la envoltura carnal, del aspecto terrestre. La perspectiva de esta metamorfosis que podría implicar una pérdida de nuestras facultades, nuestra conciencia, nuestro yo, de todo lo que somos, producía evidentemente cierta angustia. Tenían que encontrar justificaciones y razones para todo ello.

LA MANERA DE VER LA MUERTE SEGÚN LAS CIVILIZACIONES

Para los sumerios, el difunto entraba en el Kur, el "Gran Abajo". Allí, presentaba ofrendas a los dioses con los que se quería conciliar. Luego era acogido por otros muertos, con los que viviría en el "País sin retorno".

Para los egipcios, el alma del difunto accedía al reino del Am-Duat, donde se beneficiaba de los favores de Osiris, dios de la inmortalidad. Pero antes de vivir en paz toda la eternidad, el alma tenía que conocer una segunda muerte y una resurrección. Para ello, el alma sufría varias pruebas, reveladas en el Libro de los muertos, llamado así por los arqueólogos que encontraron el manuscrito, pero que sería más correcto traducir como Libro de la salida a la luz del día.


En el antiguo Egipto, la muerte no era considerada como un final en sí mismo, sino como un nacimiento. En la India, las creencias en la reencarnación se basan en un sistema complejo que permite saber si el alma del difunto volverá o no a la Tierra. Según el hinduismo, existen 16 puertas divididas en 3 grupos por las que el alma puede salir. Según el grupo de puertas por las que se escapa, podrá acceder el difunto a un reino superior, o tal vez renacerá, o bien, finalmente, se transfigurará y entrará definitivamente en un ciclo de renacimientos. Como vemos, en la India la supervivencia del alma está más bien considerada  una nueva prueba , mientras que su transfiguración se ve como una liberación. Lo que resulta seguro es que la reencarnación, contrariamente a la muerte, no es una fatalidad, sino una oportunidad de redimir nuestras faltas renaciendo en la Tierra. Debemos subrayar bien estos matices, ya que a menudo, en Occidente, se interpreta erróneamente esta doctrina, creyendo que, después de la muerte, se nos promete otra vida en la Tierra.

Ahora bien, sean cuales sean los ritos, los mitos, las creencias de los pueblos de la Antigüedad relacionadas con la supervivencia del alma después de la muerte (algunas todavía existentes hoy día) no se nos explica la necesidad y la fatalidad de la muerte. Así, la explicación científica moderna de la degeneración de las células debido al envejecimiento no es suficiente como respuesta a la pregunta de por qué morimos. Sin embargo, debemos subrayar que mientras hoy tenemos tendencia a oponer la muerte a la vida, antiguamente se enfrentaban más fácilmente a la muerte como un renacimiento en una vida diferente.

TESTIMONIOS DE LA POSTVIDA



Las dificultades de la vida, el miedo a vivir, los sufrimientos y dramas humanos acentúan la angustia de morir. Así pues, nuestros contemporáneos buscan razones para creer en una posible supervivencia del alma después de la muerte. Actualmente, por el hecho de haber perdido los puntos de referencia que son los dioses, los mitos y símbolos a los que se referían nuestros antepasados, avanzamos a tientas en la niebla durante su búsqueda.

Desde hace algunos años, por todas partes surgen numerosos testimonios de personas que han experimentado el fenómeno de la supervivencia del alma, de la muerte vista como un paso o un nacimiento del que podemos aprender  la lección siguiente: la muerte, según quienes la han experimentado, no es dolorosa.

Tiene muchas similitudes con el nacimiento de un niño durante el parto (visión de un largo túnel por el que avanzamos y al final del cual aparece una luz resplandeciente, cegadora, que nos atrae, bienhechora). Durante este paso, somos perfectamente conscientes de nuestros actos buenos y malos que parecen formar parte integrante de nosotros mismos. Somos, pues, nuestro propio juez, lo que confirmaría los principios enunciados por el karma hinduista. También en este paso descubrimos en nosotros mismos facultades que nos eran desconocidas, como la capacidad de volar como un pájaro, por ejemplo.

Finalmente, es el espíritu, la luz y la vida quienes dominan. Todo ser que haya vivido esta experiencia última y haya vuelto está en la vida.


miércoles, 17 de marzo de 2021

El más allá

 

¿Cómo entendemos actualmente el Más Allá? ¿Todavía creemos en él? En caso afirmativo, ¿bajo qué forma y por qué?


Tras hacer alusión a las visiones, creencias e interpretaciones del Más Allá de los antiguos, nos centraremos en sus representaciones en el mundo moderno.

TESTIMONIOS DEL MÁS ALLÁ

Para quienes creen en el Más Allá no hay ninguna duda de que existe, aunque no tengamos pruebas tangibles o científicas en este campo de investigación. En cambio, hay una gran cantidad de testimonios sobre el asunto. Nos referimos, por ejemplo, a personas que han estado en coma profundo y avanzado, a causa de una enfermedad o accidente, o a otros que se les ha considerado clínicamente muertos pero que, gracias al progreso de la ciencia médica o milagrosamente, han vuelto a la vida. Se habla de milagro porque es científicamente inexplicable que estas personas hayan podido sobrevivir. En todos  los casos, las personas que han salido de esta experiencia dolorosa, que la han sufrido sin tener  conocimiento de experiencias semejantes vividas anteriormente por otras personas, sostienen un discurso relativamente similar.

La doctora y psiquiatra americana Elisabeth Kübler-Ross -cuyos estudios sobre la muerte y los moribundos, iniciados en los años setenta y todavía en evolución, son desde entonces muy célebres- ha reunido numerosos testimonios procedentes de todo el mundo, facilitados por personas que han sido capaces de describir con bastante detalle todo lo que sucedía a su alrededor mientras estaban inmersas en un coma profundo o incluso, a veces, dadas por muertas. Y todo ello viviendo simultáneamente una experiencia individual edificante, durante la cual, según sus propias palabras, se sentían a menudo confusos, inquietos o sorprendidos, pero nunca aterrorizados. A partir de estos testimonios, resultado de lo que llaman en Estados Unidos las NDE (near death experiencies, experiencias próximas a la muerte), queda demostrado que lo que conocemos como cuerpo astral, etéreo o fluido, existe... y que parece el vehículo del ser, cuya alma creemos ha abandonado. Sin embargo, aunque cada vez se dude menos de la fiabilidad de estos testimonios, y resulte ser cierto que se dan muchas coincidencias entre los testimonios de individuos que nunca se han conocido entre ellos, y aunque todo deja entrever que, para muchos de nosotros está aceptado que, después de la muerte llamado hoy en día clínica, se producen otros fenómenos parecidos a los de la vida -confirmando así lo que creían y explicaban los egipcios de la Antigüedad y, más recientemente, los lamas tibetanos-, a pesar de todo esto, nada nos demuestra, a partir de las citadas experiencias, que el Más Allá exista. En efecto, que una persona considerada clínicamente muerta vuelva a la vida, por excepcional que nos parezca, entra dentro de lo posible. Actualmente, no tenemos ningún testimonio de una persona muerta hace mil años, un siglo o, para ser más creíbles, hace solo un mes, que haya vuelto para hablarnos de su propia experiencia y de lo que nos espera acaso a todos. "Qué extraño, verdad, que entre tantas miríadas de hombres que antes que nosotros han cruzado la puerta de las Tinieblas, ni uno solo vuelva para describirnos el camino que descubriremos únicamente al final de nuestro viaje", se preguntaba el poeta, astrólogo, filósofo y matemático persa Omar Khayyâm, a inicios del siglo XII. Evidentemente, eso nunca ha sucedido. Y cuando en las leyendas relativas a ciertos mitos ocurre que dioses o inmortales vuelven de entre los muertos, nunca es para testimoniar su experiencia en el reino de las sombras, sino para proseguir con su destino mítico en el reino de los vivos.


LA TRANSCOMUNICACIÓN

No obstante, quienes creen en el Más Allá se refieren a otros testimonios, tan numerosos como los precedentes, incluso hay más actualmente, que provienen esta vez de personas que han perdido uno o unos seres queridos de forma prematura y/o en circunstancias dramáticas, y que afirman que siguen en comunicación con ellos.

Entramos aquí en el dominio de lo que se llamó espiritismo o de los mediums, sobre todo en el siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX, y que hoy día conocemos con el nombre de "fenómeno de la transcomunicación", cuyos principios y reglas están parcialmente establecidos. Según éstos, al margen de la idea ancestral del Más Allá como reino de los muertos, las almas, la otra vida, el Paraíso y el Infierno, sería posible entrar en contacto con cualquier forma de espíritu, sea de este mundo o de otro. Esta idea parte del postulado según el cual, en el universo y en el absoluto, el espíritu es superior a la materia y así, de alguna forma, inmortal. Cuando decimos "sería posible", nos referimos a las palabras de los adeptos a la transcomunicación instrumental, que creen que cada uno de nosotros puede fácilmente ponerse en condiciones de entrar en comunicación con los "espíritus".

¿Y SI EL MÁS ALLÁ FUERA SIMPLEMENTE LA OTRA VERTIENTE DE LA VIDA?

Sean cuales sean las investigaciones, estudios y trabajos relacionados con el Más Allá, no podemos admitir con certeza que éste exista. En cierta forma, no podemos por menos que afirmar que, al vivir en un mundo cada vez más materialista, poco a poco nos privamos de una estrecha relación con las fuerzas de la naturaleza y de la vida en la Tierra. En cambio, nuestros antepasados, que vivían mucho más cerca de aquéllas, tenían una visión del Más Allá sin duda bastante fantasmagórica, pero paradójicamente más pura, más simple, más natural y más realista. Para ellos, era normal, por ejemplo, que los muertos se manifestasen aquí o allá, ya que existían puertas, pasajes, entre el mundo de los vivos y el de los muertos, entre lo visible y lo invisible, y que los vivos y los muertos podían cruzarlas a cada momento, a veces incluso sin ser conscientes de ello. Por las mismas razones, valía más honrar a los muertos para que viviesen en paz, por decirlo de alguna manera, y pudiesen eventualmente interceder en nuestro favor.

Del mismo modo que una montaña tiene una vertiente iluminada y otra inmersa en la oscuridad, ¿no será el Más Allá, después de todo, la otra vertiente de la vida?

Tratar bien a los muertos significaba tratarse bien a uno mismo. Y vivir bien era asegurarse una vida tranquila en el Más Allá.