Qué fue más espectacular e impresionante para nuestros antepasados: ¿la repentina desaparición de la Luna en medio de la noche? o ¿la del Sol en pleno día? Para ellos, ambas resultaban igualmente sorprendentes, pues se veían inmersos, en unos segundos, en la más profunda oscuridad, mientras el faro de la noche se extinguía poco a poco en el cielo claro y puro, o porque, también en algunos segundos, advertían cómo declinaba rápidamente el día y a continuación desaparecía durante un corto instante, como si una mano gigantesca escondiera el astro de luz, como si un monstruo se tragara la Luna o el Sol. En efecto, en muchas mitologías orientales, asiáticas u occidentales, un monstruo, serpiente o dragón devora a la Luna o se apodera del Sol.
Pero lo que quizás resulto todavía más extraordinario fue el hecho de que estos acontecimientos insólitos, mágicos y dramáticos -inquietantes mensajes celestes y divinos que casi siempre anunciaban la cólera de los dioses hacia los hombres-, se convirtieran en fenómenos predecibles. Si actualmente nos sentimos totalmente seguros en este terreno y no necesitamos la superstición -lo que, paradójicamente, no nos vuelve menos ávidos de saber qué nos espera en el futuro, de conocer el mañana y de hacer previsiones-, para nuestros antepasados todo era muy distinto. Ellos, simplemente por razones de supervivencia, necesitaban prever para prepararse de antemano contra las catástrofes o las calamidades susceptibles de trastornar el frágil equilibrio de un mundo, de cuya falta de dominio eran plenamente conscientes. Ahora bien, no importa lo que se diga o se piense hoy al respecto; pues, con razón, los hombres de la Antigüedad, basándose en un sistema que no tiene nada que envidiar a la estadística, definieron ciertas reglas básicas inherentes a los eclipses, que sería de sabios volver a tomar en consideración y estudiar de nuevo desde el punto de vista de nuestros antepasados, y que no debemos guardar descuidadamente y deprisa en el baúl de las supersticiones de otra época o de un tiempo pasado. Citemos, por ejemplo, el tratado de astrología más antiguo, cuyos primeros estudios datan sin duda de la primera mitad del II milenio antes de nuestra era, es decir, de la época paleobabilónica, período durante el cual la primera Babilonia ejercía su supremacía. Este tratado, tal como se encontró, se compone de 70 tablas de arcilla que datan de la primera mitad del milenio siguiente, las cuales no suponen más que una pequeña parte del total y que compilan aproximadamente unos 10.000 presagios, basados evidentemente en una interpretación deductiva: "Si la Luna al salir se muestra oculta en parte, con la punta derecha de su cuarto mermada, pero la otra afilada y perfectamente visible, durante tres años, la actividad económica del país se estancará. Y más adelante: "Si, durante el mes de Nisán (marzo-abril, el primer mes del año mesopotámico), se produce un eclipse de Sol, ese mismo año, el rey morirá". Citemos también la tabla escrita por un astrólogo asirio dirigida a Assurbanipal, en la mitad del siglo VII antes de nuestra era: "El día 14 de este mes se producirá un eclipse de Luna. Anuncia sufrimiento para nuestros vecinos, del Sudeste o del Noroeste, pero es de buen agüero para su Majestad".
Hay que distinguir entre el eclipse de Luna, que se produce cuando la Tierra se encuentra justo entre el Sol y la Luna, y ambos astros, consecuentemente, se hallan frente a frente, es decir, en Luna llena -en este caso la sombra de la Tierra es la que oscurece la Luna vista desde la Tierra, ya que nuestro planeta está delante del Sol-, y lo que denominamos imprecisamente el eclipse de Sol. Este último, de hecho, es una "ocultación" u "ocultamiento" que la Luna hace del astro del día, esta vez, como sabemos, en el momento de la Luna nueva, la cual se encuentra entre el Sol y la Tierra. En este caso, es la figura de la Luna la que oscurece al Sol visto desde la Tierra, puesto que el satélite se coloca delante del astro rey.
Así pues, podemos interpretar el eclipse de Luna o la ocultación del Sol desde dos puntos de vista distintos:
Calculando y realizando una carta horaria basada en la coordenadas que corresponden al instante en que se producirá el eclipse o la ocultación, a partir de del cual estableceremos las previsiones llamadas mundiales, es decir, relativas a los acontecimientos susceptibles de producirse en el país.
Observando en qué lugar de una carta astral se producirá este eclipse o esta ocultación, ya que, si tiene lugar en un punto llamado sensible, por ejemplo en conjunción perfecta o a 2º o 3º de orbe o separación de un astro, un punto ficticio o una cúspide de la carta astral, seguramente tendrá incidencia en los acontecimientos futuros relacionados con el nativo. Evidentemente, tanto en un caso como en otro, debemos tener en cuenta las posiciones de los astros en tránsito en el preciso instante de este eclipse u ocultación. Sin embargo, hay que distinguir, una vez más, el eclipse u ocultación parcial del total. Cuando es total, es decir, cuando la Luna o el Sol desaparecen completamente, su incidencia, obviamente, es más fuerte que cuando es parcial, es decir, cuando solamente se oscurece una parte de la Luna o del Sol.


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