De todos los símbolos, fichas y emblemas que se han utilizado a lo largo de los siglos para los distintos juegos, ninguno resulta tan atrayente y sugestivo como los naipes. De siempre, ha existido una fuerte atracción por la baraja, creando un nexo común entre las personas y las cartas. No importa de dónde provienen, puesto que su origen no es totalmente desconocido; bien pudiera ser de la India, traídas al oeste por tribus nómadas de gitanos que ya se servían de ellas para descubrir los designios de loculo; o quizás vienen del maravilloso y oscuro mundo egipcio, en cuya Avenida de las Esfinges, excavada a partir de 1964, y que une las grandes pirámides de Luxor y Karnak, aparecen esculpidas en piedra, 3000 años después de su construcción, unas extrañas figuras que bien pudieran ser la base del Tarot actual.
Con certeza sólo sabemos que la baraja aparece en China a principios del siglo XII por encargo del emperador Huei para distraer los largos ocios de sus múltiples mujeres, y que al poco tiempo se van expandiendo por Europa, especialmente por Italia, pudiéndose hoy reconstruir su historia por diversas leyes y decretos que van apareciendo para prohibir su uso.
Sin embargo, a finales del siglo XIV son tan populares que la corte francesa las adopta, y aún hoy se pueden contemplar en la Biblioteca Nacional de París los restos de tres barajas que el rey Carlos VI encargara a un pintor de nombre Gringoneur, de quien no sabemos si las copió o si fueron creación exclusivamente suya. Tampoco importa, baste constatar que el Tarot ha hecho su entrada triunfal en la Historia, puesto que por primera vez se tiene conocimiento del mazo actual dividido en 78 láminas, con sus 22 Arcanos Mayores y 56 Menores. Esta composición, hoy clásica, ha sufrido una serie de variantes importantes. Así, a principios del siglo XV, se popularizó en Italia un juego reducido, al que le faltaban 16 cartas (del 2 al 5 de cada palo) denominado Tarochino de Bolonia, que dio origen a una furibunda diatriba por parte del religioso abate Bernardino, cuyos seguidores se dedicaron a quemar cuantos mazos de naipes hallaban aduciendo el carácter pecaminoso del juego. También surge por la misma época el Minchiate, compuesto de 98 cartas y que originó una sonada revuelta entre las brujas de Florencia, acabando muchas de ellas en la hoguera por su causa.