lunes, 29 de mayo de 2017

Las plantas mágicas y míticas XI: La salvia, el tabaco y el té

Un vaso de vino de salvia para eliminar los malos humores; una pizca de hojas de tabaco secas y reducidas a polvo, para eliminar los malos pensamientos, y las jaquecas; y una taza de té untuoso y perfumado para tonificarse: es una receta para empezar bien el día.

LA SALVIA



Como el origen etimológico de su nombre indica, la salvia −del latín salvia, derivado de salvus que también ha dado «salvar»− ayuda a «estar bien de salud». ¿Significa eso que aquél que beba infusiones de salvia con regularidad está salvado? Podríamos pensarlo si nos atenemos a lo que decían los hombres de la Edad Media: « ¿Por qué muere el hombre en cuyo jardín crece la salvia?». Sin embargo, al mirarla, nadie lo diría. En efecto, su largo tallo un tanto seco está jalonado de ramas provistas de hojas ovaladas, gruesas, un poco vellosas, con flores violetas en espiga. En Egipto, en Grecia, así como en Roma, desde la más alta Antigüedad, la salvia se consideraba una planta sagrada de virtudes medicinales y salvadoras; ahora nos preguntamos por qué ha caído en desuso su reputación. En efecto, actualmente sabemos que la salvia contiene un aceite esencial, rico en componentes, principios y sustancias de gran eficacia terapéutica. Ya en el siglo XII, Hildegarda de Bingen alababa las virtudes del vino de salvia: «Si alguien tiene la nariz o la garganta muy tapada con mucosidades o tiene mal aliento, debe cocer salvia en vino, debe filtrarla a través de un trozo de tela y debe beberla a menudo, y los malos humores y las mucosidades disminuirán». La salvia posee muchas propiedades, como las de ser antiséptica, cicatrizante, calmar los trastornos nerviosos, los espasmos y combatir los estados depresivos, la fiebre, etc. Hay quien asegura que fumar hojas secas de salvia en una pipa tiene efectos prodigiosos para las crisis de asma o las bronquitis crónicas.

EL TABACO



Toma su nombre de una deformación fonética de otro nombre, tsibatl, que los indios arúas de Haití le dieron, designando así la caña que utilizaban para inhalar el humo de esta hierba y, de paso, las hojas secas de esta planta. De tal manera, desde tiempos inmemoriales, los indios de América fumaban tabaco. Sin embargo, fue en la época de los Grandes Descubrimientos, en el siglo XVI, cuando el tabaco llegó a Europa. Sobretodo fue el célebre Jean Nicot, embajador del rey Francisco II en la corte de España, quien hizo llegar el tabaco en polvo a Catalina de Médicis. Dicha sustancia, a su vez, se convirtió en la hierba Nicot. A finales del siglo XVIII, el químico francés Nicolás Vauquelin, miembro de la Academia de las Ciencias, aisló mediante oxidación un ácido que contenía un veneno violento que bautizó con el nombre de «nicotina» (en alusión a la hierba de Nicot) y que resultó ser también un poderoso excitante del sistema neurovegetativo. No nos extenderemos sobre el inmenso éxito que tiene la hierba de Nicot actualmente, ni sobre el enorme beneficio que genera el mercado internacional de explotación de este violento excitante, que también es un veneno. Nos conformaremos con revelar un aspecto menos conocido del tabaco, el cual, además de sus propiedades narcóticas bien conocidas, posee muchas otras virtudes que eran muy apreciadas por nuestros antepasados.
Así, las hojas de tabaco empleadas en decocción también tienen efectos purgantes reconocidos. Si se toman en infusión, resultan diuréticas.
Antiguamente, se apreciaban las hojas de tabaco secas y reducidas a polvo para aliviar las migrañas.
Por último, si los excesos de consumo de tabaco de los fumadores son los causantes de favorecer algunas apariciones cancerígenas, no olvidemos que, de todas formas, a partir del ácido nicotínico aislado por el tal Vauquelin se produjo uno de los mejores remedios contra la tuberculosis.

EL TÉ



Como es de sospechar, su nombre español tiene un origen asiático. De manera que se supone que deriva del teh malayo o del t'e chino. Según los chinos de la Antigüedad, fue el mítico emperador Shennong, llamado también «el Emperador de los remedios», quien, a principios del III milenio antes de nuestra era, según la leyenda, había revelado a su pueblo las virtudes de 365 plantas medicinales, entre las cuales estaban las hojas de té, euforizantes y tonificantes, además, de dar a conocer todos los puntos de acupuntura del cuerpo humano.
Es una especie de padre ancestral de la medicina china. Sin embargo, en Europa, no será hasta el siglo XVII cuando se conozcan las hojas indistintamente ovales, dentadas o puntiagudas, procedentes del arbusto original de Asia y que pueden llegar a alcanzar hasta 8 metros de altura. Y, como es sabido, sobre todo fue en Gran Bretaña donde de entrada ya obtuvo un gran éxito, que nunca más se ha desmentido.
Pero además de ser apreciado por su delicado gusto, a veces un poco amargo o muy perfumado, en función de su origen y las mezclas a que ha sido sometido −existen muchas variedades de té, algunas de las cuales se han mezclado con flores, como por ejemplo el té de jazmín−, sus propiedades terapéuticas también eran conocidas en China, antes de ser descubiertas y sabiamente explotadas por nuestros fitoterapeutas. De manera que posee virtudes diuréticas, resulta un excelente tónico psíquico y nervioso, favorece la relajación muscular y la eliminación de toxinas. La mezcla de vitamina C, de tanino y de clorofila que contiene el té hace que sea un excelente remedio contra las infecciones. Sin embargo, al igual que el café, y a veces incluso más que éste, el té puede trastornar el sueño y aumentar los nervios y la agitación. Se desaconseja, pues, beberlo por la noche.





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