martes, 23 de abril de 2019

Virtudes y poderes de los cristales, IV

El ópalo, el ágata y la amatista


EL ÓPALO



ÓPALO

Su nombre viene del sánscrito upalah, que significa "piedra", y que ha dado en griego oppalios y luego en latín opalus. En castellano no se data esta palabra hasta el siglo XVII.

Fue, en primer lugar, en la India donde esta piedra resultó de gran estima por su brillo, su belleza y la fuerza protectora que se le concedía. Se atribuía a la Trimûrti, nombre que en sánscrito significa literalmente "que tiene tres formas", es decir la Trinidad hindú, compuesta por Brahma, el Creador; Vishnu, el Conservador: y Shiva, el Destructor. Los hindúes le concedían, pues, un poder divino.

Más tarde, los griegos y los romanos vieron también en ella numerosas virtudes. Existen muchas anécdotas relacionadas con esta piedra, la más preciosa de todas para los hombres de la Antigüedad. La anécdota más célebre nos habla de un senador romano llamado Nonius, que poseía un ópalo con un brillo azul incomparable. Ahora bien, también el fogoso Marco Antonio codiciaba dicha piedra, que deseaba con fervor ofrecer a la reina de Egipto, Cleopatra. Pero el senador optó por el exilio antes que ceder a la voluntad del político romano.

Por otro lado, sobre todo en Oriente, el ópalo tenía fama de guardar la virtud de potenciar el brillo y la tonicidad de los cabellos de las mujeres rubias y protegerlos del peligro del mal tiempo. Por eso, los apreciaban mucho y todas deseaban tener uno. Sin embargo, mientras en la Antigüedad esta piedra era célebre por los beneficios que aportaba, en Europa, en particular en la Edad Media, no sucedió lo mismo. Esta piedra tuvo fama de gema maléfica. Considerada por griegos y romanos una piedra que traía suerte, en cambio desde el siglo X se le llamó la piedra de las lágrimas y los joyeros la desdeñaron.

Sus poderes y virtudes terapéuticas

Sin embargo, el ópalo no carecía ni de atractivos, ni de poderes. Se creía concretamente que llevar un ópalo ayudaba a mantener la tranquilidad, a no dejarse atrapar por las emociones, volvía al individuo más confiado, más sereno y también más tierno. En cuanto a sus virtudes terapéuticas, son innumerables. En efecto, las creencias al respecto revelan que se supone que preservaba de las enfermedades cardíacas, las infecciones de todo tipo, los problemas oftálmicos y hepáticos, que estimulaba la capacidad cerebral, los presentimientos positivos, la reflexión, la meditación, la vista. La propiedad más evidente que dicha piedra parece albergar es la del sosiego del espíritu.

EL ÁGATA



ÁGATA

De esta piedra no podemos decir que sea rara, pues existe muchas variedades en todo el mundo. Contrariamente al ópalo, tuvo una excelente reputación durante toda la cristiandad, y no era excepcional oír a los obispos alabar sus virtudes. Entonces se creía que favorecía la longevidad y la obtención de riquezas. Su nombre, derivado del griego akhatês, designaba simplemente cualquier variedad de calcedonia. En la Antigüedad, los campesinos pensaban que llevando un ágata tendrían más oportunidades de obtener una cosecha abundante; esta creencia perduró durante mucho tiempo. Era frecuente ver un ágata colgando de la yunta de una carreta. Hoy en día, todavía está considerada la piedra de la suerte de los jardineros.

Pero hay otras creencias que tienen que ver con ella desde hace milenios.

Tal vez las más arraigada es la que le atribuye el poder de proteger del rayo a quien la lleve. En la Edad Media, se creía también que preservaba de los sortilegios, los demonios, los venenos así como de todos los males y desgracias provocados o generados por los autores de maleficios.

Sus poderes y virtudes terapéuticas

En la Antigüedad, el ágata tenía fama de curar y aliviar a cualquier persona víctima de una picadura de escorpión o de una mordedura de serpiente y ser contaminado por su veneno. Parece que, una vez más, esta virtud ha sussistido en la mentalidad de nuestros antepasados.

En efecto, en la segunda mitad del sigo XII, en plena Edad Media, santa Hildegarda, abadesa de Eibingen, escribía: "Cuando una araña u otro insecto pica a una persona y el veneno todavía no ha penetrado en la circulación de la sangre, hay que calentar mucho un ágata al sol o sobre un ladrillo ardiente. Una vez caliente, se coloca la piedra en el lugar del dolor. El ágata extrae el veneno. Hay que calentar la piedra de nuevo de la misma forma y luego mantenerla encima del vapor caliente del agua; en seguida se deja reposar la piedra durante una horita en agua caliente. Luego, se sumerge en dicha agua un trapo de lino, con el que se rodea el lugar de la picadura de araña. De esta forma la persona se curará".

Pero esto no es todo. El ágata gozaba también de la reputación de hacer milagros en casos de sonambulismo, parece que muy frecuentes en la Edad Media, ya que numerosos testimonios lo atestiguan. Leamos lo que escribió al respecto nuestra abadesa: "Una persona afectada de sonambulismo debe poner una piedra de ágata durante tres días en agua y tres días antes del trastorno mental, luego debe calentarse dicha agua sin la piedra poco a poco. Todos los alimentos consumidos  por el enfermo deben ser preparados con esta agua y en todas las bebidas se debe colocar una piedra de ágata. Esta práctica debe seguirse durante cinco plenilunios, de forma que el enfermo vuelva a su equilibrio y se cure, excepto si Dios no lo quiere."

LA AMATISTA


AMATISTA

Se trata de una piedra de cuarzo cristalino coloreado por el óxido de hierro, cuyo nombre posee ya en sí mismo todas las virtudes y poderes que se le atribuían en la Antigüedad.

"Amatista", en el sentido literal significa "el que no está borracho", viene del griego amethustos, cuyo origen etimológico se encuentra en el término, también el griego, methuien, que significa "emborracharse". En efecto, probablemente por el color violeta de esta piedra, que recuerda el color de las heces del vino, se le atribuía el poder de preservar a los hombres de la embriaguez o de curar a los alcohólicos.

Al igual que las creencias relacionadas con las virtudes y poderes del ágata respecto a las cosechas, las creencias que se relacionan con los efectos salvadores que produce sobre quienes beben alcohol todavía siguen presentes en la actualidad.

Pero éste no es el único encanto, ni mucho menos, que se atribuía a esa gema. En efecto, representaba también la autoridad bajo todas sus formas, especialmente y sobre todo, la autoridad eclesiástica, la humildad, la moderación, la pureza moral, la verdad y la nobleza de corazón.

Como vemos, se trata de grandes virtudes que le valieron a dicha piedra una buena reputación en la Edad Media y se recomendaba mucho llevarla.

Se confeccionaban también rosarios de amatista con poderes protectores y mágicos y los obispos celebraban a menudo la santa misa con copas con engastes de amatista.

Sus poderes y virtudes terapéuticas

Hay que saber que, en la Antigüedad, a menudo se designaba a una variedad violeta de zafiro con el nombre de amatista.

Por eso, numerosas virtudes terapéuticas atribuidas al zafiro pueden también aplicarse a la amatista. También actuaba como remedio milagroso para curar casi todos los males.

Sin embargo, es única en su género para poder preservar contra la embriaguez y curar a los alcohólicos de su debilidad.

Parece también que tuvo ciertas especialidades en sus poderes para proporcionar un sueño profundo, sin trastornos, para tranquilizar a los espíritus tumultuosos, para favorecer el equilibrio de todo el sistema nervioso, aun siendo un euforizante, un fortificante y un excelente estimulante para el sistema inmunitario.




miércoles, 17 de abril de 2019

Virtudes y poderes de los cristales, III

El carbunclo, el zafiro y el diamante


EL CARBUNCLO


CARBUNCLO

Es un nombre que, ocasionalmente, se le da al rubí, ya que el brillo de esta piedra a menudo ha sido comparado con los destellos del carbón ardiente. En efecto, "carbunclo", o carbunculus en latín, significa pequeño carbón. En cuanto al nombre rubí, viene del latín rubeus, que significa "pelirrojo· o "rojizo".

Según una leyenda de origen indio, el corindón rojo, otro de los nombres del rubí, nació de la sangre de una maharani, es decir, la esposa de un maharajá, cobardemente apuñalada por un cortesano malévolo o una rival celosa.

Para los hindúes, Kshapanaka, el rubí, es asimismo uno de los nueve poetas de la corte del célebre rey antiguo, Vikramâditya, llamados las "nueve joyas". Es cierto que, durante la Antigüedad, esta piedra preciosa era muy apreciada por su brillo rojo y su belleza.

Así pues, los griegos hicieron de ella un atributo de Ares (Marte), el astro-dios de la guerra, precisamente por su color similar a la sangre y al fuego y, consecuentemente, relacionado con la vitalidad, la energía y la vida. Sin embargo, a pesar de su relación con Marte, al rubí se le atribuían virtudes más protectoras y benéficas que energéticas. Así como se creía que esta gema de fuego estimulaba o excitaba todavía más los temperamentos ardientes y apasionados, también se creía que tenía el poder de eliminar la melancolía, de suavizar las costumbres y los espíritus exaltados, de reforzar la pureza y la fidelidad de sentimientos, de volver a la persona enamorada y leal, de aportar un poco de sensatez y reflexión a aquél que carecía de ellas y, por último, de favorecer la felicidad y la prosperidad.

Este magnífico corindón se utilizaba como ornamento para las coronas y las joyas reales o los ornamentos dedicados a los santos. En cuanto al carbunclo en sí, aparece a menudo en los cuentos de hadas o cuentos de la abuela. En este caso está en el centro de un misterio y simboliza en sí mismo un tesoro inestimable que el héroe o la heroína encontrará después de un recorrido repleto de obstáculos.

Sus poderes y virtudes terapéuticas

Supuestamente, el rubí, hacía maravillas para calmar las fiebres, alejar los recalentamientos y las infecciones de la sangre, y especialmente, aliviar los dolores de muelas y de cabeza. "Cuando una persona sufre dolor de cabeza, debe colocar un rubí encima de su cabeza, durante algunos segundos, justo el tiempo que necesita para calentarse. A continuación, debe sacarlo porque su fuerza es tan intensa que penetra más rápidamente que cualquier crema. De manera que los dolores de cabeza desaparecerán. [...]. Cuando se utiliza correctamente el rubí puede eliminar todas las enfermedades infecciosas." (Extracto de las obras de santa Hildegarda de Eibingen.)

EL ZAFIRO


ZAFIRO

Ya la etimología del nombre de este otro corindón es de una gran riqueza simbólica. En efecto, viene a la vez del árabe, safir, y del griego, sapheiros, que estaría relacionado con el hebreo Sepher, el libro, Ophereth, que designaba a la vez el plomo y Saturno, y sappîr, la piedra azul, también en hebreo. Ahora bien, en la Biblia (Ezequiel 1,26) leemos que: "Por encima de la plataforma que estaba sobre su cabeza, tenía el aspecto de una especie de piedra de zafiro, una forma de trono como una apariencia de hombre, encima, hacia arriba". En este caso se trata de una alusión al hecho de que el trono de Dios podría estar compuesto de zafiros, tal como cuenta una leyenda judía según la cual las Tablas de la Ley, escritas por la mano de Yahvé y entregadas a Moisés, estarían hechas de piedras de zafiro. Por último, siempre según las leyendas judías, pero también las musulmanas, el famoso sello de Salomón era de zafiro.

Pero esta piedra preciosa no fue exclusivamente glorificada por los hebreos. Los persas también la honraban. Le atribuían poderes de inmortalidad y de eterna juventud.

Más cercanos a nuestro tiempo, por decirlo de alguna manera, a principios del siglo XIII, el papa Inocencio III, que por desgracia se hizo célebre por las cruzadas contra los albigense, decretó que los obispos deberían llevar desde aquel momento un zafiro en el dedo para protegerse de las malas influencias. Casi cuatro siglos más tarde, el papa Gregorio XV, que fue el precursor del decreto que regularía las formas y las reglas para elegir al sumo pontífice, hizo del zafiro la piedra oficial de los cardenales.

Sus poderes y virtudes terapéuticas

Aparte de que esta gema favoreciese la nobleza de corazón y de espíritu, las buenas costumbres, las cualidades morales y de que pudiese hacer feliz y valiente al que la llevase, tenía la reputación de alejar los malos espíritus y sortilegios, frecuentes y numerosos en la Edad Media. Pero no solo es esto, puesto que desde la Antigüedad, era la piedra-remedio milagrosa, que parecía curarlo casi todo. "Cuando una persona está excitada por la cólera, debe ponerse un zafiro en la boca y la cólera desaparecerá. [...] Cuando una persona desea mejorar su comprensión y su inteligencia, debe ponerse todas las mañanas, y en ayunas, un zafiro en la boca. [...] Cuando una persona tiene problemas visuales, debe coger un zafiro con la mano para calentarla. Luego debe tocar los ojos con esta piedra durante tres mañanas y tres noches. Así sus ojos se curarán. [...] Si alguien está impedido por culpa del reúma hasta el punto de no poder soportar el dolor, que ponga un zafiro en su boca y sus dolores cesarán." (Extractos de las obras de santa Hildegarda de Eibingen.)

EL DIAMANTE


DIAMANTE

¿Por qué el diamante siempre ha sido tan apreciado por la gente? Porque es escaso, misterioso, se esconde en lo más profundo de la tierra -hasta más de 150 km-,  está sometido a presiones y a temperaturas extremas que hacen que tenga una pureza inigualable, pero también porque posee una resistencia sorprendente. Así pues, es como se convirtió en símbolo de la pureza y de la perfección.

De ahí que todo lo que tiene que ver con la fe, la inocencia, la luz divina y las virtudes más nobles del espíritu y del corazón, siempre ha estado unido a esta piedra, la más bella de todas.

Tan lejos como queramos remontarnos, el diamante ha sido portador de virtudes benéficas y salvadoras. Proporciona la fuerza, la armonía, el amor, la rectitud, la lealtad, la fidelidad, la serenidad, la sensatez, la felicidad las riquezas, la firmeza y el poder absoluto.

Sus poderes y virtudes terapéuticas

Por supuesto, sus cualidades protectoras fueron también principales.
Aquélla o aquél que llevase un diamante se suponía que era casi invulnerable. Todo lo que que pudiera haber de maléfico o perjudicial en la naturaleza humana o en los fenómenos de la naturaleza, ya no le podría alcanzar. En cuanto a los efectos terapéuticos que se podían esperar de él, tampoco tenían límites. Al igual que el zafiro, y aun más que él, el diamante era una auténtica piedra milagrosa. Se creía que podía curar todos los dolores del cuerpo y del espíritu, y además proteger de las epidemias como por ejemplo la peste. El diamante, utilizado correctamente, podía incluso volver fecunda a una mujer estéril. Por último, también tenía la virtud de corregir las malas tendencias de los seres. "Cuando una persona es fanática, mentirosa e irascible, debe ponerse un diamante en la boca. El poder del diamante puede evitar tales defectos. [...] Existen personas malas y taciturnas. Desde el momento en que empiezan a hablar, tienen una mirada oscura y se enfadan en seguida, pero rápidamente entran en razón. Estas personas deberían ponerse también un diamante en la boca. El efecto de dicha piedra es tan fuerte que es capaz de ahogar la maldad que duerme en una persona." (Extractos de las obras de santa Hildegarda de Eibingen.)





martes, 2 de abril de 2019

Virtudes y poderes de los cristales, II

La sardónice, el topacio y la esmeralda

A continuación descubrirás las virtudes y los poderes mágicos y terapéuticos que nuestros antepasados atribuían a las 12 piedras preciosas citadas en la Biblia por los redactores del Éxodo.

LA SARDÓNICE

Éste es el nombre que se daba a esa piedra en la Antigüedad para designar lo que hoy se conoce comúnmente con los términos de calcedonia o cornalina.

"Sardónice" deriva del griego sardonux, que a su vez está formado por sardion, que designaba la piedra de Sardes, y por onux, que significaba uña. Sandonux, o la sardónice, es efectivamente una piedra, cuya forma nos recuerda la de una uña. Sardes era la capital de Lidia, situada en Asia Menor, en la confluencia de los ríos Pactolos y Hermos. Esta ciudad era famosa por su prosperidad, ya que el río Pactolos iba cargado de pepitas de oro, y se la llegó a llamar la segunda Roma. Por tal razón el término pactole ha entrado en algunos idiomas, como el francés, para designar una importante suma de dinero.

Actualmente, la palabra "sardónice" ya no se utiliza, y la calcedonia y la cornalina -que no deja de ser una especie de calcedonia- se han introducido en el lenguaje habitual de los minerólogos.


CALCEDONIA

El nombre de calcedonia procede de la antigua ciudad de Khalkedon, o Calcedonia, lugar de Bitinia de origen tracio, situado en el Bósforo. Actualmente se llama Kadi Coci. Debemos saber que el ágata, el jaspe, el ónice, el heliotropo y el sílex, entre otras, son variedades del cuarzo microcristalino. Sin embargo, esta piedra, que se puede considerar la más representativa de la especie, tiene un bello aspecto translúcido, azul y gris. Se le atribuía el poder de estimular, fortalecer y hacer más resistente al que la llevaba. Se creía también que protegía de la tormenta, que tenía efectos terapéuticos y curativos contra la depresión, aniquilaba los pensamientos oscuros, el mal humor, las pesadillas, que ahuyentaba a los fantasmas o a los espíritus tristes y preservaba de las mordeduras de serpientes o picaduras de insectos.


CORNALINA

En cuanto a la cornalina, cuyo nombre le viene de su transparencia córnea, es una calcedonia de color rojo carne.

A causa de este color, por aliteración, se la ha llamado a veces "carneliana", haciendo alusión al término carne.

Así pues, el mineral fue asociado a la pasión, a la sensualidad, a la posesión. a la carne y a la sangre, pero también al corazón sagrado y al amor absoluto.

Sus poderes y virtudes terapéuticas

Era la piedra mágica de la diosa Isis, de la cual se creía que tenía el poder de traer el amor a las mujeres, de volverlas fecundas y curarles todos los problemas relativos a la sangre: menstruaciones, heridas sangrantes, hemorragias nasales, calentamiento de la sangre, que son la cólera y las pasiones.

"La cornalina nace más bien del aire caliente que del aire frío y se encuentra en la arena. Cuando a una persona le sangra la nariz, debe calentar vino y poner dentro una cornalina. Esta persona debe beber este líquido; las hemorragias nasales se pararán en seguida", escribió, a orillas del Rhin, la abadesa benedictina santa Hildegard von Bingen (Hildegarda de Eibingen), en el siglo XII.

EL TOPACIO



Según una leyenda contada por Plinio el Viejo en su Historia natural, del siglo I de nuestra era, el nombre griego del topacio, topazus, topazion o topazon, derivaría de una palabra tomada de un dialecto africano, el de los trogloditas, antiguo pueblo del que no conocemos casi nada. Esta voz designaba una isla en el mar Rojo, llamada actualmente isla de San Juan y situada frente a las costas egipcias, lugar donde se debió encontrar la piedra por primera vez. Si nos atenemos a la leyenda, esta isla estaba infestada de serpientes, guardadoras de estas piedras. Los fuegos de dichas piedras iluminaban la noche, dando a la isla, que casi siempre estaba cubierta por una espesa niebla, una claridad sobrenatural. A veces amarillo dorado, azul pálido o verde, el topacio es en realidad casi siempre incoloro. Sin embargo, esta famosa claridad que desafiaba a la noche y a las fuerzas de las tinieblas lo ha convertido en una piedra simbólica de la fe, la honestidad, la pureza, la rectitud y la lealtad.

Sus poderes y virtudes terapéuticas

También se suponía que aportaba riqueza, prosperidad, reconocimiento de los propios méritos, honor o gloria al que la llevaba.

Se creía igualmente que protegía contra la venganza o los espíritus maléficos. Sus virtudes terapéuticas eran muchas. Decían que hacía maravillas en todas las afecciones gripales, procedentes de virus, hepáticas y sanguíneas, pero también y sobre todo, en las enfermedades oculares.

"Cuando alguien note que sus ojos se ensombrecen, debe dejar una piedra de topacio en vino durante tres días y tres noches. Por la noche, antes de acostarse, debe tocar sus ojos con dicho topacio rutilante para que penetre todo el líquido. La persona puede utilizar también este vino durante los cinco días siguientes de haber lavado la piedra. Cuando por la noche quiera tocar sus ojos con el vino, debe devolver la piedra al líquido. Debe realizar una nueva preparación con el vino y la piedra. Éste es el mejor remedio para los ojos. Después de esta curación, volverá a tener claridad", escribió santa Hildegard von Bingen.

LA ESMERALDA





El término griego smaragdos, de donde proviene el latino smaragus, y que ha dado "esmeralda", tiene su origen en la palabra sánscrita samaraka, probablemente emparentada con la que da nombre a la mítica ciudad de Samarkanda, en el Uzbekistán. En todo caso, se trata de una voz de origen semítico que significaba "brillante". En el siglo XIX, Víctor Hugo bautizó con el nombre de Esmeralda a la heroína de su novela Nuestra Señora de París. Esta piedra preciosa, casi siempre de un bello color verde, fue muy estimada por su belleza durante toda la Antigüedad. Era el atributo de la Deméter griega que los romanos llamaron Ceres, nombre cuya raíz etimológica significa "crecer". Ambas eran diosas de la vegetación, la fertilidad y la abundancia. siendo Deméter, por supuesto, la gran diosa maternal de la Tierra.

Sus poderes y virtudes terapéuticas

La esmeralda fue también conocida como la piedra que concedía el conocimiento de los misterios, que favorecía la sabiduría y que otorgaba la iluminación al que la llevaba. De ahí que se le atribuyeran los poderes de proteger contra todos los sortilegios, los maleficios y demonios; por lo cual, como es de suponer, resultaría bastante útil durante la Antigüedad y la Edad Media. Por otro lado, el gran sacerdote de los hebreos, Aarón, utilizaba las esmeraldas con fines adivinatorios. Llevaba el ourîm y el toummîn en su pecho y los utilizaba como dados para interrogar al oráculo. La esmeralda también poseía muchas otras virtudes benéficas para nuestros antepasados, y se creía realmente que podía aportar todos los placeres, toda la alegría y felicidad de la existencia. Como podemos imaginar, sus virtudes terapéuticas y curativas eran también muy numerosas. Prácticamente, desempeñaba la función de remedio y de piedra milagrosa.

En su Lapidario (o libro de las piedras) del siglo XIII, el rey de Castilla Alfonso X el Sabio anotó que el hombre que llevara consigo una esmeralda "no tiene ganas ningunas de unirse con mujeres y, aunque lo intente, no puede acabar ninguna cosa mientras la piedra tuviere consigo, por eso los sabios antiguos dábanla a los religiosos, a los ermitaños y a aquellos que prometían de tener castidad. Y algunos de los gentiles que tenían porley de no yacer con sus mujeres sino en tiempos señalados, por deseo de empreñarlas más pronto y hacerlos hijos más recios y más fuertes, traíanlas siempre consigo en todo otro tiempo, menos cuando querían engendrar. Y si dieren de esta piedra molida a beber a algún hombre, peso de tres dracmas, nunca jamás tendrá poder de yacer con mujeres".