El espiritismo es una disciplina y una doctrina basada en el principio del arte de los médiums, elaborada por Léon Denizard Rivail, verdadero nombre de Allan Kardec, que a su vez se basa en dos postulados: la inmortalidad del alma y la comunicación entre muertos y vivos.
En 1857, Allan Kardec publicaba El libro de los espíritus, que tuvo una gran y profunda resonancia. Esta obra contó con partidarios incondicionales, como Charles Baudelaire y Camille Flammarion -así como Napoleón III, que recibió al autor varias veces en el palacio imperial-, y opositores encarnizados, como el erudito Pierre Larousse y el cardenal obispo de Barcelona, quien, en 1864, solicitó que la Sagrada Congregación del Índice de libros prohibidos por el Vaticano condenara todas las obras publicadas por el fundador de la doctrina espiritista. Como se ve, en el siglo XIX, abordar el tema de la pervivencia del alma y de la comunicación con los espíritus conllevaba la provocación y el tabú y desencadenaba pasiones. Sin embargo, la hostilidad de los racionalistas y los católicos no pudo detener el éxito popular, que iba en aumento, de la obra de Allan Kardec, el cual era no en vano pedagogo y que, por otro lado, escribió obras prácticas dedicadas a la enseñanza de la aritmética y de la gramática, poniéndolas al alcance de todo el mundo.
Kardec fue autor de dos obras completas y detalladas, un verdadero método para el uso de quienes creían en la inmortalidad del alma y deseaban entrar en contacto con los espíritus.
EL ESPIRITISMO, UNA FILOSOFÍA ESPIRITUALISTA
Las dos obras de Allan Lardec, El libro de los espíritus y El libro de los médiums, escritos en forma de pregunta-respuesta, no hacen referencia a ninguna doctrina religiosa concreta. Sin embargo, están impregnadas de una creencia inquebrantable en el más allá y en la reencarnación, así como en la existencia de una fuerza divina superior y una fuerza divina superior y una voluntad intrínseca -y, podríamos decir, instintiva- del alma de elevarse hasta ella.
Por eso, Allan Kardec subraya una progresión constante del alma durante sucesivas reencarnaciones y, también, la existencia de una certera solidaridad entre las almas encarnadas y desencarnadas.
Así pues, según él, debemos entrenarnos para que los espíritus de los difuntos y de los vivos en la Tierra se comuniquen a veces entre ellos.
Sin embargo, sus obras están llenas de alertas. Siempre según él, tanto si están en este mundo como en otro, las simpatías y antipatías entre ellas subsisten. Asimismo, los espíritus no son especialmente buenos por naturaleza.
Algunos de ellos pueden revelarse, sino despreciables, al menos malsanos, maquiavélicos o enfermos.
Allan Kardec da consejos prácticos para entrar en comunicación con los espíritus, pero insiste en las precauciones que hay que tomar para no dejarse engañar, desorientar, manipular, ilusionar por espíritus traidores o por visitas del propio espíritu. Al hacerlo, denunciaba a todos los curanderos e ilusionistas que campaban en su tiempo en ese terreno y, evidentemente, siguieron campando después de él.
Leyendo estos dos libros, se tiene el sentimiento de que la comunicación entre los espíritus no se puede establecer sin una preparación psicológica y moral que parece pertenecer al ámbito de la iniciación espiritual.
Allan Kardec definía espiritismo como una filosofía espiritualista.
Precisemos que su obra y su acción, mientras él vivió, nunca adquirieron un carácter sectario.
No tenían como objetivo reunir hombres y mujeres totalmente convencidos, los cuales, en su vida social, no encontraban las referencias, los apoyos y las aclaraciones necesarias para vivir y evolucionar, para formar un grupo, un clan o secta como sucede hoy en día.
Todo lo contrario, de la filosofía espiritista de Allan Kardec se desprende una apertura de espíritu, una tolerancia, una benevolencia que anula todas las barreras mentales o ideológicas que, casi siempre, además de volverles egoístas , dirigen a los hombres unos en contra de otros.
RESUMEN DE LOS PRINCIPIOS DE LA FILOSOFÍA ESPIRITISTA DE ALLAN KARDEC
El alma existe. Incluso preexiste. Es el principio primordial, origen de la vida. Sin ella, pues, la vida no existiría. El cuerpo solo es el envoltorio que toma prestado para manifestarse. Mientras que la vida corporal o carnal cambia con la edad y muere, el alma nunca muere. El alma subsiste. Retoma su forma original. Pero conserva los frutos de las experiencias vividas durante su encarnación a través del pensamiento y se transforma.
El destino del alma es convertirse en Espíritu puro. Antes de alcanzar este grado de evolución, a medida que sus encarnaciones terrestres van teniendo lugar, adquiere, evidentemente, aptitudes, conocimientos y experiencias. El alma puede, entonces, compararse con la corteza de un árbol o con la corteza terrestre, que se constituyen de diferentes capas, cada una de ellas correspondiente a un período de la vida del árbol o de la Tierra. Por eso, ya no se trata de un alma, sino de varias almas. Juntas constituyen un Espíritu. Los sufrimientos y las adversidades del Espíritu. Los sufrimientos y las adversidades del Espíritu, así como sus alegrías y su felicidad, son generados exclusivamente por él. Él es su propio juez. Ningún Espíritu puede juzgar o condenar a otro. Ni siquiera se le ocurre. De ahí que cada Espíritu posee todos los remedios para sus males.
El mundo de los Espíritus procedentes de las almas desencarnadas o desincorporadas se imbrica con el nuestro. Forma parte del nuestro, así como el nuestro forma parte del suyo. Sin embargo, puesto que los Espíritus son producto de las almas de los hombres, no son más que lo que nosotros somos. Experimentan las mismas alegrías y las mismas penas. Viven lo que nosotros vivimos. Incluso tienen las mismas aspiraciones que nosotros, son felices o desgraciados como nosotros.
Y, al igual que nosotros, pueden ser solidarios o indiferentes. Existen varios grados de evolución en el mundo de los Espíritus al igual que en la vida humana.
Por último, para comprender los fenómenos y los principios que rigen el mundo de los Espíritus, basta con saber que proceden de los que gobiernan los ciclos y las leyes de la naturaleza sobre la Tierra.
Para descubrir más detalladamente la obra de Allan Kardec, se puede leer el Libro de los espíritus y el Libro de los médiums, en cualquiera de sus ediciones.
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