miércoles, 5 de enero de 2022

El Árbol de la vida

 


El árbol es un elemento vital de la naturaleza y de la vida en la Tierra. Sabemos que, sin él, el aire que respiramos no sería el mismo. ¿No se dice que los bosques son los pulmones de la Tierra?

Desde tiempos inmemoriales, el árbol ha sido el centro de las preocupaciones  y de la vida de los hombres. Entre ambos ha nacido una unión primordial, mágica, fundamental, que hoy parece romperse peligrosamente.

En efecto, el árbol es escaso y se ahoga en los espacios de las grandes ciudades invadidas por el cemento, el acero y el automóvil. También se sacrifica en beneficio de las grandes multinacionales que favorecen la deforestación masiva mundial, lo que provoca la desertización de las tierras. Sin embargo, en nuestras conciencias, todavía primitivas, conserva su aspecto sagrado.

Así, sin ser ya un objeto de culto, no dejamos de sentir una gran emoción cuando plantamos o talamos un árbol. También ocurre al contemplar un árbol centenario o un bosque majestuoso, profundo, que éstos nos atraen como un remanso de paz, a la vez misteriosos y angustiosos como un mundo desconocido.

Antiguamente, se creía que quien plantaba un árbol viviría mucho tiempo. Actualmente, en Turquía todavía perdura esta creencia; en Anatolia, algunos campesinos están convencidos de que si talan un árbol no tendrán descendencia. 

EL ÁRBOL COMO EJE CÓSMICO DEL MUNDO

El hombre primitivo se identificaba tanto con un espíritu de animal como con el de un árbol. Este último presentaba muchas analogías con el comportamiento y la naturaleza del hombre. Se veneraba a los árboles, se les rezaba, se les identificaba con los grandes espíritus y las fuerzas secretas de la naturaleza. Tanto es así que en las diferentes civilizaciones de la Antigüedad, las leyendas relativas a los múltiples dioses que poblaban el mundo celeste nos revelan que muchos de ellos surgieron de un árbol.

En Egipto, Horus, apareció en la Tierra bajo una acacia; Ra reinaba en Oriente, mientras la diosa Hathor, la vaca sagrada, creadora del mundo, ocupaba occidente, y ambos permanecían bajo un sicomoro. En Grecia, el árbol de Zeus era el roble, el de Apolo, el olivo.

En Eridu, Mesopotamia, crecía el kiskanu negro, un árbol sagrado en cuyas raíces, plantadas en el centro del mundo, se encontraba la casa de Ea, dios de la agricultura, la escritura y las artes, y de su madre divina, Bau, diosa de la fertilidad y los rebaños. Los primeros redactores de la Biblia se inspiraron en este árbol mítico e histórico, el cual encontramos en el Génesis bajo la forma del árbol del bien y el mal, plantado en el centro del jardín del Edén por Yahvé.

Así resulta que elÁrbol de la vida o eje cósmico del mundo, donde reposa una entidad divina o espiritual, es un tema recurrente en las creencias de los pueblos del mundo.

Todavía hoy, los tártaros del Altay, según una creencia y ritos milenarios, afirman que en el ombligo de la Tierra, en el mismo centro, crece el más grande de los árboles terrestres: un abeto gigantesco, cuya cima toca la casa del Gran Dios.

EL ÁRBOL Y EL HOMBRE

Las cualidades, defectos y virtudes humanas se atribuyeron e identificaron con los árboles, sin duda, mucho antes que con los signos del zodíaco.

Los celtas establecieron un calendario muy elaborado basándose en este principio y las fases de la Luna. Así, a lo largo del año, cada período correspondía a las propiedades de un árbol tutelar, y el individuo nacido durante ese período presentaba obviamente muchas semejanzas con las características de tal árbol.

Las similitudes que nuestros antepasados vieron entre el árbol y el hombre fueron aún más lejos.

Así pues, según el texto más célebre del Mahãbhãrata -considerado la Biblia del hinduismo- "hay que cortar el açvatta de las fuertes raíces y buscar el lugar de donde nunca se vuelve" (Baghavad-Gîtã, XV, 1-3).

Ahora bien, según las creencias de la época de la civilización pre-ari del Indo, el açvatta es un árbol cósmico, cuyas raíces se plantan en el cielo y cuyas ramas y hojas cubren la Tierra.

Se trata de un árbol al revés, que presenta muchos puntos comunes con el  hombre. Así, cuando se practica el shirshasana o postura sobre la cabeza -llamada comúnmente entre nosotros la postura del pino-. el yogui adopta la misma postura del árbol, cuyas raíces, sumergidas en lo más profundo de la tierra, infunden la vida en ella y la energía que constituyen la savia.

A partir de ahí, las asociaciones entre el árbol y el hombre son fáciles de hacer: las raíces/la cabeza, las ramas/las extremidades, el tronco/el torso, el corazón/el corazón, el bien y el mal/las hojas y los frutos.

Otra cultura presenta la misma creencia: según el Sefer ha-Zohar o Libro del Esplendor, cuyo presunto autor fue el rabino Simeón Bar Yochaï (místico judío del siglo II d. C.) pero que ha llegado hasta nosotros a través de la transcripción de Moisés de León (cabalista español del siglo XIV), "el Árbol de la vida se extiende de arriba abajo, es el sol que lo ilumina todo".

EL ÁRBOL DEL SACRIFICIO

Aunque desde tiempos inmemoriales el árbol era el lugar donde se impartía justicia, éste fue también el lugar privilegiado para los sacrificios rituales dedicados a la fecundidad.

Así, la horca, antes de convertirse en un acto bárbaro o el precio a pagar por una falta o crimen, tenía un carácter sagrado, evidente y totalmente simbólico.

En el duodécimo arcano mayor del tarot adivinatorio (El Colgado) subsiste una representación del sacrificio último y voluntario de la horca que simboliza el olvido y la entrega a sí mismo, favoreciendo la fecundidad del alma inmortal y la liberación del espíritu eterno y divino presente en el hombre. En dicho arcano figuran dos árboles, en cuyas copas está la barra que sirve de horca. Éstos están talados y cubiertos por las cicatrices que dejan las ramas cortadas.

Aquí, la analogía entre el árbol y el cuerpo humano es evidente, ya que son los árboles que están heridos, pero no el Colgado. Además, la posición del Colgado, cabeza abajo, recuerda la del árbol cósmico, el açvatta de los hinduistas y la del Árbol de la vida de los cabalistas.

Finalmente, en la época medieval, se creía que la mandrágora, equivalente al ginseng chino -cuya raíz en forma de homúnculo se utilizaba por sus poderes mágicos afrodisíacos, somníferos y anestésicos-, nacía bajo la horca, fecundada por la última semilla de los ahorcados.


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