De la creencia en la reencarnación a la fe en la resurrección, los hombres de la Antigüedad siempre creyeron en la inmortalidad del alma.
En una época en la que los medios tecnológicos que posee la medicina moderna deberían permitir a esta última, y a los que supuestamente la encarnan o la utilizan, ser más humanos que nunca, atentos, benévolos y comprensivos, al mismo tiempo nos damos cuenta de que, a fuerza de querer combatir la enfermedad y la muerte, acabamos olvidando que es el hombre quien está enfermo, sufre y muere, no unas entidades abstractas y externas a la vida del hombre, sino que son parte integrante del mismo ser y de la vida. Así, plantearse la reencarnación no tiene nada de absurdo. Al contrario, es una buena manera de enfocar la muerte, por decirlo de alguna forma, o más exactamente, desde otra perspectiva, de enfocar lo fatal para todos nosotros. Tenemos el derecho de preguntarnos por qué un fenómeno tan vital -sin pretender hacer ningún juego de palabras-, inevitable, en todo caso, común a todo el mundo, al igual que muchas otras necesidades vitales, a las que están obligados a someterse toda mujer y todo hombre, se tiene en tan mal concepto, es tan incomprendido y mal integrado en nuestras sociedades modernas, aunque no está precisamente oculto. Nuestros antepasados se plantearon la misma pregunta, pero en primer lugar la abordaron, como siempre, intentando encontrar respuestas coherentes y en armonía con la naturaleza, su naturaleza, su historia y su vida. Y cada vez que se enfrentaban con lo desconocido o se encontraban en la frontera entre lo que podían dominar y lo que superaba su entendimiento, utilizaban la magia, los dioses y las fuerzas secretas de la vida. Los ritos y rituales que hoy atribuimos irónicamente a supersticiones de un tiempo pasado, oscuro e ignorante, en aquel tiempo servían de exorcismos o catalizadores de sus pasiones, tensiones y angustias.
La muerte siempre ha enfrentado al hombre con lo totalmente desconocido, con lo inexplicable y, consecuentemente, con el vacío, la nada y, por supuesto, las angustias irracionales e irreprimibles, que estas perspectivas y conceptos provocan en él sin pretenderlo. Al afirmar que a la naturaleza le horroriza el vacío, el hombre se ha identificado con ella, ya que es él mismo quien no soporta la sola idea del vacío. Entonces, de una forma u otra, hubo que dar vida a la muerte. ¿Y qué mejor medio para volver la muerte más real, más accesible, menos aterradora, que sacralizarla, concederle un ritual, incluso darle un nombre, un rostro, personificarla y divinizarla, e incluso situarla en el espacio y en el tiempo?
DE LA REENCARNACIÓN A LA RESURRECCIÓN
Así pues, desde la Antigüedad hasta la llegada del cristianismo,el concepto de la supervivencia del alma y de la vida eterna, de otra forma de vida distinta a la que se conocía en la Tierra y que se prolongaba más allá del umbral de la muerte, de donde nadie había vuelto físicamente -evidentemente, existen otros testimonios de la supervivencia del alma y del espíritu, pero no es a éstos a los que nos referimos en este momento-, ha evolucionado poco a poco, desde la noción de reencarnación hasta la de la resurrección, tan utilizada por los cristianos.
De manera que, para los chinos de la Antigüedad, el hombre poseía dos almas. Hun, la primera, era un principio celeste. Volvía, pues al cielo después de la muerte. Po, la segunda, era esencialmente terrestre. Volvía a la tierra. Los egipcios daban a la supervivencia del alma una interpretación bastante similar,puesto que, según ellos, después de la muerte física, el ka, el doble,la sombra o el espíritu difunto, se separaba de ha, el alma, que se representaba en forma de pájaro, cuya cabeza era sustituida por la del muerto. El ka volvía, pues, a la existencia física y material, mientras que el ha volaba hacia el otro mundo. Pero, tanto uno como otro, eran eternos.
Según los sumerios de Mesopotamia, después de la muerte, el difunto permanecía en Kur, la montaña o el país extranjero, que era de hecho el reino de los infiernos, donde llevaba una existencia muy parecida a la que tenía en la Tierra, pero donde debía vencer a siete dioses infernales para poder seguir viviendo tranquilamente. Más tarde, los caldeos, que hicieron de la astrología un verdadero culto religioso, creían que el alma del difunto tenía que superar siete pruebas en las siete esferas planetarias, antes de acceder a la vida eterna. Sin duda, fue inspirándose en el Kur de los sumerios como los hebreos imaginaron el Schéol, al cual se refiere el Libro de Isaías (XIV, 9-11) y los Salmos (Ps. 88, 6). Sin embargo, al contrario de los habitantes de Mesopotamia, no creían en la inmortalidad del alma, excepto los cabalistas, que según la idea del gilgoulim, se planteaban una revolución o un retorno de las almas.
En cambio, los griegos sí creían en ella. También inspirándose en el Schéol de Israel y en el Kur de Sumeria, hicieron del Hades el lugar donde todas las almas iban a parar hasta que, tal vez bajo la influencia hindú de creencias en la reencarnación, en el siglo VI antes de Jesucristo apareció el mito de Orfeo, que ejerció seguramente una profunda influencia en el cristianismo primitivo. Según este mito, por amor a Eurídice, su esposa difunta y, por consiguiente, prisionera de Hades, Orfeo descendió a los Infiernos con el fin de liberarla. Después de haber superado muchas pruebas, lo consiguió. Así, simbólicamente, Eurídice puede considerarse una representación del alma de Orfeo, a quien salvó de la muerte por amor. A partir de este mito, se constituyó toda una teología y nació en Grecia una verdadera religión iniciática: el orfismo. Luego vino la Resurrección de Cristo en Pascua, que se convertiría en uno de los fundamentos del cristianismo. "Si no hay resurrección para los muertos, tampoco Cristo ha resucitado, entonces nuestra proclamación está vacía y vacía también vuestra fe", dirá San Pablo en la Primera carta a los Corintios (1 Co 15, 13-14). En efecto, resurrección deriva del latín resurgere, que significa "resucitar". Al levantarse de entre los muertos, Cristo se libra de la muerte y encarna la llegada de una vida nueva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario