Renacer eterna o infinitamente en la Tierra hasta que ésta desaparezca es un poco lo que propone la doctrina hindú.
En la India -una de las cunas de nuestra civilización junto con Sumeria, en Mesopotamia, y Egipto- es donde encontramos la más bella, la más inspirada y tal vez también la más antigua creencia en la reencarnación. Se concreta en la noción de samsâra, que significa literalmente "migración", y constituye el ciclo perpetuo, pero no eterno, de la vida, entendido desde el nacimiento al renacimiento, pasando por supuesto por la existencia y la muerte física.
De este ciclo, según la doctrina hindú, no escapa ningún ser viviente de la Tierra. Vida después de la vida, los hombres son sometidos a dicho ciclo mientras no son conscientes de que hacen uno solo con Brahmâ, dios creador del universo y de la vida, el equivalente de Yahvé para los hebreos, que no debemos confundir con "brahman", que es un principio de absoluto, una representación de lo que en Occidente llamamos el Todo, es decir, la Realidad suprema, inmutable, eterna y no dual, que no puede ser concebida ni percibida intelectual o racionalmente. Con el Aleph encontramos, de nuevo, un principio equivalente en la cábala.
LAS FUENTES DE LA CREENCIA EN LA TRANSMIGRACIÓN DE LAS ALMAS
¿Cuántos hombres y mujeres creyeron que no estaban en la Tierra por primera vez, que ya habían vivido y que volverían a vivir en ella? Es algo que nos cuesta imaginar. Y sin embargo, como siempre en la historia de la humanidad, en la que casi siempre todo se explica de forma sencilla, hubo un acontecimiento, una circunstancia, un fenómeno que se produjo en algún momento y que fue el origen de las bases mismas de esta creencia.
En efecto, nuestros antepasados siempre tuvieron buenas razones para creer en ello.
Al preguntarnos sobre el tema, de entrada observamos que la noción de karma -es decir, el acto físico o psíquico, siempre según el hinduismo-, tal como nosotros los occidentales la percibimos y tal como fue integrada en nuestra interpretación de la transmigración de las almas y en nuestras propias creencias en la reencarnación, no tiene nada que ver con la admitida en la India.
De manera que el karma, en sus orígenes, no estaba en absoluto relacionado con eventuales renacimientos. En los Vedas no se hace ninguna alusión a la reencarnación ni al ciclo del nacimiento, de la vida, de la muerte y del renacimiento. Ahora bien, los Vedas son los textos más antiguos de la India arcaica. Los primeros datan aproximadamente del año 1600 antes de nuestra era. Los 7 Rishis, es decir, los videntes, visionarios, profetas, santos y poetas que, según la leyenda mítica hindú, tuvieron la revelación de los Vedas y fueron sus autores inspirados, componían los himnos y los mantras de los Vedas -nombre que, en sánscrito, significa "saber, doctrina sagrada".
Al mismo tiempo, en Sumeria aparecían los primeros tratados adivinatorios y nacía la hemerología, es decir, la adivinación a través del calendario de días fastos y nefastos, y los egipcios colocaban las bases del Libro de los muertos, el libro sagrado de todo el antiguo Egipto. En estos primeros textos sagrados de la India, pues, el karma se considera el acto o conjunto de actos que se cumplen, de los cuales derivan, evidentemente, consecuencias inevitables. Pero en ningún sitio se hace mención al "precio a pagar", según la noción tan apreciada por los occidentales.
En realidad, habrá que esperar hasta el siglo VIII antes de nuestra era aproximadamente, es decir, casi ocho siglos, para presenciar la aparición de un nuevo principio: el encadenamiento de causas y efectos que producen los actos p, si se prefiere, el hombre y sus actos, que hacen uno solo. Aunque celebre sacrificios a los dioses y se aplique mil y una penitencias, la causa produce em él el mismo efecto, nada cambia jamás. ¿Si los dioses no pueden hacer nada para salvar al hombre, quién sino él mismo podrá hacerlo obrando, actuando y comportándose de manera que pueda abandonar este ciclo infernal e infinito de nacimiento, vida, muerte y renacimiento?
Pero fue sobre todo entre los siglos V y II de antes de nuestra era cuando los poemas de la Bhagavad-Gita o el "canto del bienaventurado señor" -el texto que podemos considerar el equivalente a los evangelios de los cristianos para los hindúes- revelaron e hicieron popular un principio filosófico esencial en la creencia en la reencarnación: no son los actos mismos los que obligan al hombre a nacer, vivir, morir y volver a nacer infinitamente, sino el apego de éste a sus propios actos. Por eso, para liberarse del apego a sus actos y salir del samsâra o de la migración de las almas arrastradas hacia la rueda de los renacimientos, el hombre debe alcanzar el samâdhi, un estado de conciencia superior que puede obtener concentrando su espíritu sobre un objeto con el cual se identifica. Sin embargo, para los hindúes, esta concentración no se mueve por una voluntad activa con el fin de fijarse en un punto concreto. Se trata más exactamente de un estado de fusión natural entre el hombre y el objeto en cuestión, que no forman sino uno solo. Por ello, el ser que actúa a partir de una necesidad vital y natural, que hace lo que debe o lo que se debe hacer en el momento oportuno y adecuado, sin fijarse ni apegarse a sus actos -así como el viento tiene la propiedad de soplar, la lluvia de caer del cielo, los ríos de fluir hacia el océano, el Sol de brillar y la Tierra de girar, por ejemplo-, es samâdhi, según los hindúes. Samâdhi es, pues, una especie de perfecto estado de ósmosis.
NOSOTROS Y LA REENCARNACIÓN
Por tanto, cuando tendemos tan a menudo a creer, a esperar, a querer otra vida, una siguiente vida sobre la Tierra, cuando estamos tan dispuestos a contar historias, aventuras y desventuras de nuestras vidas anteriores, en que nos imaginamos, evidentemente, en situaciones más bien agradables, o en la piel de personajes más bien simpáticos o que destacan, estamos totalmente fantaseando.
Puesto que, según la doctrina hindú. nacer, morir y renacer forman juntos un ciclo infernal que debemos más bien considerar un castigo, no un regalo. Es un regalo de la vida en la medida en que se nos está dando la oportunidad de salir de tal círculo. Pero "manosearlo" deja ver la ignorancia de quien lo hace, y esperar o querer renacer se considera una locura.
Solo aquellos que tienen una misión que cumplir en la Tierra, la de abrir los ojos de los ignorantes, pueden disfrutar del hecho de renacer. Los demás son prisioneros que adoran sus propias cadenas.
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