El deseo engendra sufrimiento. Abolir el deseo es eliminar el sufrimiento. Y cuando desaparece el sufrimiento se vence el deseo de renacer.
Cuando Buda nació en la India, en el siglo VI antes de nuestra era, la jerarquía de las castas se encontraba en pleno apogeo, con todas las desigualdades, injusticias sociales, económicas, humanas y los excesos que ésta conlleva. Algunas de ellas todavía existen actualmente.
En efecto, si aplicamos la ley de la transmigración de las almas de forma sucinta y esquemática a la vida social y pública de los hombres, haciendo intervenir las nociones de poder y privilegio, queda patente lo fatal de que se engendren desigualdades flagrantes, justificadas por creencias que algunos siempre han aprovechado para imponer sus leyes, sus deseos y satisfacer sus ambiciones, sin tener en cuenta las necesidades de los demás. En la India y en Asia, así como en Occidente y en todas partes, la corrupción de ciertas ideas potentes que pudieran aligerar el peso de la existencia de los hombres fue moneda corriente.
LOS 3 ELEMENTOS FUNDAMENTALES QUE RIGEN EL NACIMIENTO DE UN SER
No vamos a contar la vida de Buda, cuyo relato histórico se mezcla con la leyenda, sino lo que su advenimiento revela y aporta en las concepciones "reencarnacionistas", que tanto atraen a los occidentales hoy en día.
Nos fijaremos primero en un punto concreto que, aunque a menudo se ha dejado de lado, nos parece de la mayor importancia en una época en que manipulando los genes de embriones humanos nos atribuimos el derecho de poder escoger incluso el seo del bebé que nacerá, esto cuando no nos planteamos generar seres con un patrimonio genético totalmente idéntico.
Así, según el budismo hay tres elementos primordiales que rigen el nacimiento de un ser: los embriones que, por una parte, son los espermatozoides y, por otra, los óvulos, pero todavía hay un tercer embrión del todo impalpable, y que ningún científico ha logrado aislar, y con razón. Este embrión invisible se considera, podríamos decir, un embrión kármico, es decir, portador de este conjunto de factores que determinan, o más exactamente, que en un ser determinarán las consecuencias, buenas o malas, según el caso, que deberá sufrir durante su próxima vida o reencarnación, a causa de los actos, también buenos o malos, que cometió en el pasado en reencarnaciones anteriores.
De manera que si nos referimos a esta creencia Budista, inspirada en un mito hindú, se trata de un factor que siempre escapará a los genetistas: el gandharva, lo que aquí llamamos embrión kármico y que, en la India, primero fue entendido como divinidad reveladora de los secretos celestes y de la verdad divina.
Apsaras o divinidades femeninas
Originariamente, en la India, los gandharvas formaban un conjunto de divinidades, de las cuales no todas eran benévolas. Algunas podían ser demonios: "Así pues, los gandharvas, que a menudo se llaman los músicos celestes y su representación, con las apsaras (divinidades femeninas y ninfas celestes), en el cielo, por encima de los Dioses encarnados, tienen un papel complejo. Por una parte, bailan, cantan y tocan varios instrumentos para placer de los Dioses; son hábiles médicos y tienen cierta influencia en el movimiento de los planetas. Por otra parte, a menudo se les asocia con los peores asuras (demonios); emboscados en las palmeras, a veces se arrojan sobre los humanos y penetran en ellos, de manera que es extremadamente difícil practicar su exorcismo". cuenta el estudioso del hinduismo Jean Herbert.
LOS 4 PRINCIPIOS DE LA LIBERACIÓN DEL ALMA
- la comprensión perfecta de las Cuatro Verdades Nobles,
- el pensamiento perfecto o voluntad de renuncia y benevolencia,
- la palabra perfecta o voluntad de no mentir nunca,
- la acción perfecta o voluntad de actuar bien y por el bien,
- los medios de existencia perfectos o voluntad de no perjudicar jamás a los demás seres vivientes,
- el esfuerzo perfecto o voluntad de cultivar en uno mismo lo que es sano,
- la atención perfecta o voluntad de estar atento a todo lo que pasa en uno mismo, tanto en el propio cuerpo como en el espíritu,
- la concentración perfecta o voluntad de recogerse.
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